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Neuropunk: ecología de la disidencia neurodivergente

 Por Larissa Guerrero Ph. D


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Neuropunk designa una forma de acción neurodivergente que organiza la presencia, la relación y el sentido desde los acoplamientos que mantienen coherencia corporal, sensorial y cognitiva para el sujeto, rechazando toda demanda externa que exija modificar esa organización para volverla compatible con parámetros neuronormativos. Su referencia es la experiencia directa y su criterio es la viabilidad del acoplamiento, no la adecuación social. Neuropunk afirma un modo de existir que no corrige sus ritmos, intensidades ni formas de percepción para evitar conflicto o producir legibilidad; sostiene los patrones que permiten al organismo orientarse sin perder continuidad. Con este término se nombra la práctica mediante la cual la divergencia no se presenta ni se integra: se ejerce como principio ecológico de relación con el entorno.

 

Antecedentes


El punk es una modalidad de contracultura que organiza su identidad en torno a la negación activa de los criterios de respetabilidad, obediencia y homogeneidad impuestos por el orden social dominante. Consiste en combinar rechazo explícito a la normatividad con prácticas de autodeterminación que interrumpen expectativas de docilidad —por ejemplo, el deber de comportarse de forma complaciente—, corrección —como la obligación de adecuar lenguaje, apariencia o conducta para resultar aceptable— y adaptación —como la exigencia de ajustarse sin cuestionamiento a reglas y ritmos sociales establecidos. El punk no describe solo una estética ni un estilo musical, sino que define un posicionamiento que convierte la vida cotidiana, el cuerpo y la producción simbólica en medios directos de desacato, anarquía e irreverencia frente a la organización normativa de la sociedad. Su finalidad política es desestabilizar los dispositivos que producen sujetos conformes con las exigencias de productividad, control y domesticación social, mediante la exposición deliberada de aquello que el orden normativo intenta neutralizar o relegar —rabia, precariedad, conflicto, marginalidad— para impedir que la diferencia quede reducida en relatos de integración o agregacionismo. Su propósito es abrir espacios donde la autodeterminación no dependa de validación institucional y donde formas de vida no normativas puedan habitar sin subordinarse a las jerarquías que administran el acceso al reconocimiento, los recursos y la presencia pública.


El cripple punk surgió en 2014 dentro de espacios digitales como respuesta directa a las condiciones sociales que regulan la presencia de personas con discapacidad física. Su aparición no fue un gesto estético ni una extensión del punk tradicional, sino una declaración política formulada por sujetos que viven la discapacidad desde la materialidad del cuerpo y desde la vigilancia constante de normas de movilidad, postura, autonomía y “cuidado” definidas por terceros. El movimiento se origina cuando Tyler Trewhella publica una consigna que rechaza la obligación de ser ejemplar, amable, agradecido o inspirador para justificar la existencia pública de un cuerpo discapacitado. Esta intervención delimita al sujeto político del cripple punk, personas con discapacidad física cuya experiencia está atravesada por dispositivos específicos de control corporal, tales como accesibilidad condicionada, evaluaciones médicas continuas, expectativas de esfuerzo permanente y la obligación social de demostrar mérito para ocupar espacio.


El crip-punk afirma una identidad que no se somete a los criterios de respetabilidad que históricamente han determinado qué formas de discapacidad son tolerables y bajo qué condiciones. Rechaza la adaptación forzada, entendida como el mandato de encajar en entornos diseñados para cuerpos normativos sin cuestionar su arquitectura, su ritmo ni sus jerarquías. También desmantela el imperativo de ejemplaridad, que obliga a las personas discapacitadas a convertirse en modelos de virtud, resiliencia o éxito moral para generar aceptación social. Esta triple crítica —a la respetabilidad, a la adaptación y a la ejemplaridad— define la base conceptual del movimiento y lo distingue de discursos inclusivos que admiten la presencia discapacitada solo si se presenta de forma apaciguada, agradecida o excepcional.


En su afirmación identitaria, el crip-punk establece que la legitimidad no proviene de cumplir expectativas normativas ni de demostrar productividad, eficiencia, superación o actitud positiva. Proviene de la experiencia corporal propia y de la autoridad política de habitar un cuerpo históricamente gestionado por instituciones médicas, educativas y asistenciales. El movimiento rechaza cualquier forma de estetización que suavice la discapacidad para volverla aceptable. En su lugar, reivindica la presencia visible sin filtros, incluyendo dolor, rabia, cansancio, accesos de vulnerabilidad, uso de dispositivos de apoyo y prácticas de autocuidado que no buscan agradar ni demostrar fortaleza excepcional.


El alcance del cripple punk se mantiene deliberadamente acotado; se trata de un movimiento creado por y para personas con discapacidad física. Esta delimitación no es excluyente, sino fundamental. Responde a que las formas de regulación que enfrentan estos cuerpos son específicas, barreras arquitectónicas que definen el acceso o la expulsión del espacio público; tecnologías de movilidad cuya disponibilidad o ausencia determinan autonomía; sistemas de accesibilidad condicionada que operan como filtros de legitimidad; discursos moralizantes sobre esfuerzo, superación o actitud; vigilancia constante de la relación entre dependencia e independencia; y un aparato institucional que administra la corporeidad disca como problema a corregir, gestionar o normalizar.


La crítica al inspiracionalismo constituye uno de los aportes centrales del crip-punk. El inspiracionalismo funciona como un dispositivo que convierte la existencia discapacitada en recurso emocional para espectadores no discapacitados. Bajo esta lógica, el dolor, la precariedad, la discapacidad visible o el uso de ayudas técnicas se resignifican como lecciones de vida destinadas a motivar a quienes observan, no a comprender la realidad material de quienes la viven. La figura del “discapacitado inspirador” exige gratitud, serenidad, optimismo y ejemplaridad constante. Todo gesto de inconformidad, cansancio o rabia se considera una falla moral, mientras que la conformidad con la narrativa de “fortaleza admirable” se premia con aceptación social mínima. Esto neutraliza la dimensión política de la discapacidad al desplazar la atención del entorno a la actitud individual, anulando la crítica a las condiciones que generan exclusión y responsabilidad colectiva.


El concepto de cripple punk desmantela esta lógica al negar que la existencia discapacitada deba producir alivio, consuelo o motivación para quienes no comparten esa corporalidad. Rechaza que la discapacidad sea materia de superación personal, de mérito heroico o de validación moral o algo para beneficiar o llevar al cielo a otras personas. En su lugar, afirma la legitimidad intrínseca de la presencia disca, sin filtros y sin suavizaciones. El movimiento reivindica que la vida discapacitada no necesita traducirse en historias edificantes para que se reconozca su derecho a habitar el mundo. Esta posición transforma la corporalidad disca en un lugar político desde el cual impugnar la estructura social que regula quién puede aparecer, en qué condiciones y con qué actitudes.


El aporte fundamental del cripple punk consiste en producir un marco donde la discapacidad física deja de estar condicionada por la obediencia a normas ajenas y se reconoce como una forma de existencia plena que no debe justificar su presencia mediante docilidad, ejemplaridad o gratitud. Su precisión crítica y su rechazo frontal a cualquier negociación con el orden normativo sientan las bases para comprender cómo la disidencia puede afirmarse sin diluirse en relatos de adaptación o inspiración. Este marco permite, en etapas posteriores, analizar otros movimientos de disidencia sin replicar la experiencia específica del cripple punk, pero tomando de él la exigencia de rigor político, claridad conceptual y afirmación identitaria no condicionada.


El cripple punk centra su acción en la experiencia material del cuerpo discapacitado y en las condiciones que regulan su presencia en el espacio, se ocupa de la movilidad, acceso físico, uso de ayudas técnicas y las estructuras que administran estos elementos. Su marco se define por mediaciones institucionales concretas, tales como infraestructura, accesibilidad, protocolos médicos y dispositivos de apoyo, que determinan directamente la autonomía corporal. Este campo no se extiende a la neurodivergencia porque su punto de referencia es la materialidad corporal y las restricciones físicas que la atraviesan. Por su parte, la neurodivergencia trata de experiencias que no se organizan desde estas condiciones de movilidad o de acceso al entorno físico, por lo que no comparte los parámetros que dieron origen al cripple punk. En consecuencia, es necesario desarrollar un marco conceptual formal distinto que analice otras formas de disidencia y otras maneras de experienciar las barreras que no emergen de la gestión institucional del cuerpo físico.


Aparición del término neuropunk


El término neuropunk aparece principalmente en plataformas digitales donde personas neurodivergentes producen contenido y comunidad. Se registra en blogs personales que abordan autismo, TDAH y otras neurodivergencias desde posiciones de crítica; en hilos de Tumblr donde usuarios emplean el término para describir modos de existencia que no buscan acomodarse a expectativas neuronormativas; en grupos de Facebook dedicados a arte y cultura neurodivergente donde neuropunk se usa como categoría para compartir obras que exploran la divergencia sin necesidad de ser aceptable; y en proyectos poéticos o cines independientes donde autores neurodivergentes emplean la palabra como forma de nombrar una identidad que se distancia de narrativas de corrección. En estos espacios, el término aparece como autoidentificación y como etiqueta radical para prácticas que rechazan versiones moderadas o presentables de la neurodivergencia.


Aunque estos usos no conforman un cuerpo teórico consolidado, comparten una idea que permite delimitar un punto de partida, que el neuropunk se utiliza para nombrar una neurodisidencia frente a la neuronormatividad. Esta neurodisidencia se expresa como rechazo a expectativas que exigen coherencia única, comunicación legible, manejo emocional estandarizado o adaptación constante a ritmos sociales externos. Quienes adoptamos el término lo hacemos para marcar una posición donde la validez de la experiencia neurodivergente no depende de ajustarse a criterios de claridad, productividad o estabilidad definidos por otros ni siquiera pretender seguir las reglas. Esta coincidencia empírica indica que neuropunk sirve como gesto de afirmación neurodivergente y señala la necesidad de desarrollar una formulación conceptual que explique estas prácticas sin reducirlas a estilos, tendencias o metáforas.

 

Necesidad de separar neuropunk de cripple punk


La separación entre neuropunk y cripple punk no responde a un gesto arbitrario, sino a diferencias que impiden tratar ambos términos como equivalentes. La discapacidad física y la discapacidad invisible no son administradas desde los mismos mecanismos sociales, y confundirlas produce distorsiones que perjudican a ambas comunidades. Cripple punk se origina en contextos donde la regulación del cuerpo se ejerce a través de la movilidad, la accesibilidad y la gestión institucional del soporte físico. Su campo de acción está definido por esas condiciones materiales. Pretender que neuropunk sea una prolongación directa del crip-punk desconoce que la neurodivergencia, cuando constituye discapacidad invisible, se inscribe en otro entramado de exigencias y barreras.


En la discapacidad invisible vinculada a neurodivergencia, las barreras no se producen en la movilidad ni en el acceso al espacio, sino en expectativas externas sobre cómo debe organizarse la atención, la comunicación, la interacción social y la modulación sensorial. Estas barreras se expresan en exigencias de legibilidad, interpretabilidad y previsibilidad, que no presionan como neurodivergentes a adoptar formas de expresión, conducta cognición, respuesta y relación que no corresponden a nuestro modo de procesar ni habitar el mundo. Este tipo de presión se fundamenta en epistemologías y métodos normativos que definen qué conductas, ritmos o formas de comunicación se consideran válidas, y que interpretan cualquier neurodivergencia como disfunción o déficit. Estas condiciones no coinciden con las que enfrenta la discapacidad física, porque no se refieren a la gestión del cuerpo, sino a la exigencia de cumplir parámetros externos de organización cognitiva, emocional, sensorial y relacional. Es esta diferencia en la naturaleza de las barreras lo que impide subsumir la neurodivergencia, cuando es disca bajo el mismo marco político que estructura el cripple punk cuando estamos denunciando presencia y accesibilidad.


Por ello, una extensión automática del crip-punk resulta insuficiente. No solo porque omite la especificidad de las experiencias neurodivergentes, sino porque reproduce la idea de que todas las formas de opresión vinculadas a la discapacidad comparten un mismo origen y un mismo tipo de respuesta política. Para desarrollar neuropunk con rigor, es necesario reconocer que su horizonte de conflicto no está en la movilidad ni en la gestión del cuerpo, sino en la presión constante para ajustar la experiencia neurodivergente a esquemas externos de legibilidad y comportamiento. Esta diferencia obliga a construir un marco conceptual propio, capaz de abordar cómo se producen las barreras en la neurodivergencia y cómo se articula una disidencia que no puede traducirse en los términos que estructuran el cripple punk.

 

Constructo y sistematización formal del concepto Neuropunk


Base ontológica: Presencia restitutiva


La presencia restitutiva se funda en la ruptura con los mecanismos que regulan la inclusión como forma de control. El dispositivo que articula inclusión, visibilidad y participación condiciona la presencia a la capacidad de ser aceptable y dócil, imponiendo criterios de claridad, amabilidad y previsibilidad como requisitos para “permitir estar”. Esta lógica no amplía derechos, sino que administra cuerpos y subjetividades bajo parámetros que determinan qué formas de existencia resultan tolerables y cuáles deben corregirse. Frente a ello, la presencia restitutiva rechaza toda forma de presencia condicionada y afirma el derecho a existir sin someterse a filtros de legibilidad ni a exigencias de adecuación.


Esta perspectiva exige desmontar la gramática derechos–representación–adaptación cuando reproduce subordinación bajo apariencias jurídicas o institucionales. Un marco de derechos opera como control cuando solo reconoce al sujeto ND si este se expresa de forma constante y lineal, por ejemplo, exigiendo mantener contacto visual, regular la voz o explicar emociones con un formato predecible para ser considerado “apto” para participar en determinados procedimientos. Las políticas de representación se convierten en filtros cuando únicamente visibilizan a personas neurodivergentes que pueden hablar en público sin interrupciones, tolerar estímulos intensos o narrar su experiencia en términos que encajan con discursos inspiracionales o de superación. Las medidas de adaptación funcionan como mecanismos de corrección cuando condicionan el acceso a la vida social o laboral a la capacidad de suprimir stimming, mantener rutinas ajenas o tolerar entornos sensorialmente agresivos para no “alterar” la dinámica colectiva.


Frente a estos dispositivos, la presencia restitutiva afirma que la experiencia neurodivergente no debe adaptarse a formatos emocionales, cognitivos o comunicativos diseñados desde la normatividad. La legitimidad no se obtiene demostrando claridad inmediata, expresión predecible o modales considerados adecuados; se sostiene en el principio de que ninguna persona debe modificar su forma de estar en el mundo para ser tratada como existente de pleno derecho.


La presencia restitutiva parte de negar la condición de “presencia autorizada”, es decir, la idea de que una persona solo puede estar si cumple requisitos externos de claridad, autocontrol o previsibilidad. Al rechazar esta condición, se afirma la autodefensa encarnada como principio, pues la presencia no depende de validación institucional ni de ajustes destinados a demostrar compatibilidad con expectativas sociales. Existir sin autorización significa mantener formas de sentir, comunicar y responder que no se modifican para acomodarse a guiones sociales sobre cómo debe comportarse un sujeto “legítimo”. Este enfoque descarta que la experiencia neurodivergente tenga que describirse o justificarse mediante lenguajes clínicos, terapéuticos o administrativos, y establece que los modos de estar tienen validez por sí mismos, sin requerir mediación para ser reconocidos como formas completas de presencia.


La restitución desplaza las nociones de déficit y adaptación obligatoria. Restituir no es integrar ni ajustar, sino recuperar dignidad frente a trayectorias marcadas por la marginación y por la exigencia constante de corregir la propia manera de ser. Este enfoque rechaza la adaptación como condición de acceso y afirma una forma de estar que rehúsa cualquier subordinación. La voluntad de aparecer no responde a modelos de mejora o funcionalidad, sino a la afirmación de una existencia plena que no necesita justificarse.


Aparecer sin modificar la divergencia para volverla aceptable constituye la base ontológica de lo neuropunk. La presencia restitutiva afirma que la legitimidad no depende de producir claridad, regularidad o comodidad para otros, sino de sostener modos de estar que no pasan por filtros de autorización. Esa forma de presencia se define por la exposición directa de la divergencia y por la negativa a reorganizarla para cumplir expectativas externas de comportamiento, comunicación o autocontrol. Desde esta premisa se deriva el núcleo ontológico del neuropunk, es decir, la presencia restitutiva es un acto que interrumpe el orden que regula qué vidas pueden aparecer y qué formas de existencia se consideran válidas. No busca integración ni inclusión ni reconocimiento condicionado; establece que la divergencia tiene derecho a estar sin traducirse, sin adaptarse y sin producir versiones moderadas de sí misma.


Base política: Neuroanarquía


La neuroanarquía se articula como una posición ideológica y filosófica que rechaza toda forma de jerarquía aplicada a la experiencia neurodivergente. Este rechazo se dirige tanto a las jerarquías impuestas por la sociedad neuronormativa como a las que se reproducen dentro de las propias comunidades ND cuando adoptan estructuras que limitan la pluralidad. La neuroanarquía no busca integración, conciliación ni asimilación en marcos que exigen coherencia, adaptación o legibilidad; afirma la validez de existir sin someterse a ordenamientos que definan cómo debe ser un sujeto neurodivergente para ser considerado legítimo.


Esta postura implica una ruptura con formas tradicionales de organización. La neuroanarquía desconfía de figuras de liderazgo que concentran autoridad y que, al hacerlo, introducen filtros de validación interna que reproducen lo mismo que se pretende criticar. Rechaza reglas internas que normalizan maneras de sentir, comunicar o relacionarse, y defiende una pluralidad que no se organiza en estructuras verticales. La experiencia neurodivergente no se uniforma ni se administra desde un centro, y cualquier intento de establecer modelos representativos se interpreta como una forma de reducción.


Desde esta mirada, resulta necesario identificar los mecanismos de cooptación “inclusiva”, aquellos que bajo la apariencia de apertura imponen dinámicas de conformidad. Certificaciones, validaciones y modelos de pertenencia regulada funcionan como dispositivos que determinan quién es considerado “adecuado”, “responsable” o “apto” para participar en ciertos espacios. Estas prácticas convierten la “inclusión” en una herramienta de control simbólico que exige previsibilidad y autocensura para garantizar reconocimiento. La neuroanarquía desarticula estos mecanismos al señalar que toda inclusión condicionada mantiene intactas las mismas lógicas de autoridad que pretende superar.


Katie Munday y David Gray-Hammond han señalado la necesidad de cuestionar normas externas e internas que definen qué experiencias neurodivergentes se consideran válidas. Sus aportes sitúan la neuroanarquía dentro de debates contemporáneos de autodefensa ND, en los que la resistencia no se dirige únicamente a instituciones externas, sino también a dinámicas internas que reproducen exclusiones. Esta genealogía otorga a la neuroanarquía coherencia histórica y un marco de discusión específico, lejos de cualquier interpretación superficial como simple etiqueta estética.


La neuroanarquía aporta un elemento central para definir neuropunk pues identifica los mecanismos específicos mediante los cuales se pretende regular la neurodivergencia. Por un lado, describe las normas neuronormativas que establecen cómo debe comportarse, comunicarse o organizar su vida una persona para ser considerada “funcional”. Por otro, señala que dentro de algunas comunidades neurodivergentes también emergen reglas internas que clasifican qué formas de divergencia se consideran válidas y cuáles se perciben como problemáticas. Esta distinción es relevante porque muestra que la regulación de la neurodivergencia no proviene de un solo origen y que ambos niveles producen presiones que intentan ordenar la experiencia ND. La neuroanarquía rechaza ambos niveles porque producen subordinación, aun cuando operen desde ámbitos distintos. Al negar la legitimidad de estas formas de regulación, sostiene que la existencia neurodivergente no requiere ajustarse a criterios externos ni internos para ser válida.


La aportación política de la neuroanarquía al concepto de neuropunk consiste en mostrar que la regulación de la neurodivergencia opera mediante dispositivos institucionales y epistémicos que definen qué formas de atención, comunicación y conducta se consideran válidas. Al distinguir la presión que proviene de normativas externas —clínicas, educativas, administrativas— y la que se produce dentro de algunas comunidades ND mediante criterios internos de corrección, la neuroanarquía establece un límite preciso: ninguna instancia, sea institucional o comunitaria, puede reclamar autoridad para determinar cómo debe manifestarse la experiencia neurodivergente. Esta delimitación fija el marco político dentro del cual deberá formularse neuropunk: un posicionamiento que descarta la legitimidad de regulaciones que intentan supervisar modos de procesamiento, ritmos cognitivos, expresiones afectivas o estructuras comunicativas, y que reconoce la validez de la divergencia sin someterla a criterios de orden, traducibilidad o normalización.


Base epistemológica: Neurodisidencia


La neurodisidencia aporta al concepto neuropunk el principio epistemológico que fija el lugar desde el cual se produce y valida el conocimiento sobre la experiencia neurodivergente. Su cometido no es describir conductas ni clasificar identidades, sino determinar que la referencia legítima para comprender la neurodivergencia es la propia experiencia de quienes la viven. Con ello establece un límite epistémico preciso, pues ninguna interpretación externa (médica, educativa, institucional, comunitaria o familiar) puede ocupar el lugar primario de explicación. Este desplazamiento es indispensable para neuropunk porque excluye toda forma de regulación cognitiva, afectiva o comunicativa construída desde parámetros que el propio sujeto no reconoce como pertinentes.


A partir de este principio, la neurodisidencia rechaza el paradigma de integración como marco interpretativo. La integración opera como dispositivo que define la validez de una persona en función de su capacidad para ajustarse a criterios normativos de claridad, estabilidad emocional, previsibilidad e inteligibilidad. Este dispositivo no se limita a ordenar conductas, sino que establece qué formas de percepción, atención, interés o relación se consideran aceptables. La neurodisidencia identifica aquí un mecanismo de reducción epistémica, pues transforma expectativas sociales en requisitos que la divergencia debe cumplir. Su ruptura con este paradigma afirma que la divergencia no debe reorganizarse para satisfacer estándares diseñados para otra estructura de mundo.


Este posicionamiento exige revisar los criterios que determinan qué subjetividades son reconocidas como legítimas. Instituciones, discursos familiares y modelos clínicos establecen umbrales de validez basados en productividad, estabilidad emocional, claridad comunicativa o control conductual. La neurodisidencia señala que estos criterios no describen características internas de la neurodivergencia, expresan parámetros externos que regulan qué vidas son administrables dentro del orden social. Al desmantelar esos criterios, la neurodisidencia establece que la validez de una subjetividad ND no depende de satisfacer expectativas normativas, sino de la autoridad epistémica de su propia experiencia.


Sobre esta base se vuelve necesario un lenguaje de respuesta. La neurodisidencia no utiliza el léxico clínico como estructura explicativa porque ese léxico traduce la experiencia a categorías que presuponen déficit, desviación o corrección. En su lugar, elabora conceptos que permiten identificar cómo ciertos discursos operan como dispositivos de regulación. El objetivo no describir o visibilizar, sino disputar la pretensión de que la neurodivergencia debe ser legible según parámetros ajenos. Por ello, la neurodisidencia es un proyecto epistemológico, formula las condiciones desde las cuales la neurodivergencia se explica a sí misma sin mediaciones que la distorsionen.


Finalmente, la neurodisidencia examina las prácticas que exigen comportamientos “razonables”, “previsibles” o “interpretables” como condición para otorgar reconocimiento. Estas prácticas incluyen modular expresiones sensoriales, ajustar ritmos internos, limitar intereses o modificar formas de comunicación para evitar sanciones explícitas o implícitas. Tales mecanismos provienen tanto de instituciones neuronormativas como de dinámicas internas que reproducen jerarquías fundadas en la capacidad de cumplir requisitos de legibilidad. La neurodisidencia rechaza estas condiciones porque convierten la divergencia en algo que debe justificarse. En su lugar, afirma que la legitimidad de la experiencia ND no depende de producir versiones “aceptables” de sí misma: la autoridad epistémica reside en la vivencia directa y no en su adecuación a criterios externos de claridad, estabilidad o control.


Condiciones para formular Neuropunk


Formular neuropunk requiere partir del hecho de que la discapacidad neurodivergente surge cuando el entorno exige acoplamientos sensoriomotrices, cognitivos o relacionales que no son viables para el cuerpo ND. No se trata de mal funcionamiento interno ni de inadmisión social abstracta, sino de desajustes ecológicos que bloquean la posibilidad de sustentar una acción coherente. Neuropunk nombra la posición en la que la persona neurodivergente rechaza esos acoplamientos impuestos y actúa desde los modos de relación con el entorno que sí mantienen coherencia para su organismo.


El primer elemento del neuropunk aparece cuando la presencia ND no intenta ajustarse a ritmos, intensidades y demandas normativas, sino que mantiene los parámetros que permiten a su organismo continuar con su estabilidad sensorial, coherencia afectiva y orientación cognitiva. Mientras los enfoques de integración buscan reorganizar al sujeto para que encaje en un entorno dado, neuropunk afirma que la experiencia ND no puede autoorganizarse sin perder viabilidad, y convierte los propios criterios de coherencia en la base desde la cual se habita el espacio. Esta afirmación opera como gesto político, pues no es oposición simbólica, sino afirmación de un modo de existir que requiere otro tipo de relación con el entorno.


El segundo elemento se define por la relación con la regulación. Los entornos neuronormativos generan discapacidad al imponer patrones de interacción —linealidad, rapidez, legibilidad emocional, estabilidad expresiva— que fuerzan acoplamientos incompatibles con la organización ND. Neuropunk no responde con resistencia moral ni estética, responde negando el acoplamiento no viable. Esto se manifiesta de manera concreta en prácticas como regular el espacio en vez del cuerpo, mantener los propios ritmos atencionales, usar formas de comunicación que sostienen orientación interna, o interrumpir interacciones que comprometen la estabilidad sensorial o afectiva. Aquí “punk” no es actitud, es el acto de no someter el cuerpo a demandas que destruyen su coherencia.


El tercer elemento es epistémico. Las lecturas normativas de la neurodivergencia producen discapacidad al imponer interpretaciones que no corresponden con la organización interna del sujeto. Neuropunk establece que la única referencia válida para comprender una experiencia ND es la relación cuerpo-mundo que el propio sujeto construye. Con ello se excluyen interpretaciones que clasifican como déficit formas de percepción, atención o procesamiento que emergen como ajustes internos para preservar la viabilidad del acoplamiento. La acción neuropunk consiste en nombrar la experiencia desde su lógica interna, no desde categorías externas que intentan corregirla.


El cuarto elemento es la noción de legitimidad. Los modelos normativos condicionan la aceptación a la capacidad de producir acoplamientos estables bajo parámetros ajenos: claridad comunicativa, previsibilidad, control afectivo, adecuación sensorial. Neuropunk establece que la legitimidad proviene de la capacidad del organismo para mantener su coherencia, no de la adecuación a estándares externos. La experiencia no se ajusta para volverse interpretable; se afirma como referencia primaria que obliga a reconsiderar qué formas de interacción, comunicación y temporalidad son posibles.


El quinto elemento delimita el campo conceptual. Neuropunk no extiende el crip-punk porque no responde a barreras materiales de movilidad, sino a estructuras ecológicas que seleccionan formas únicas de acoplamiento como si fueran universales. Su función no es representar a la neurodivergencia, sino describir un tipo de acción:la acción que surge cuando la persona ND deja de intentar acoplarse a un entorno inviable y comienza a reorganizar el entorno desde su propia lógica corporal, cognitiva, sensorial y relacional.


Desde esta convergencia, neuropunk puede definirse como:

la práctica mediante la cual la persona neurodivergente afirma, sostiene y organiza su relación con el entorno exclusivamente desde acoplamientos que preservan su coherencia corporal, sensorial, emocional, mental y cognitiva, rechazando toda demanda que requiera corregir o traducir su modo de existir para hacerlo compatible con parámetros neuronormativos.


Aquí, la divergencia no se representa, se ejerce como principio ecológico de acción.

 

 

 
 
 
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