Los falsos terapeutas y el salvacionismo en el autismo: una crítica necesaria
- Larissa Guerrero

- Sep 16, 2024
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Por Larissa Guerrero Ph,D.

Últimamente, con aquello que el autismo malamente se dice que se ha puesto de moda (que más bien lo que realmente pasa es que hay mejores criterios diagnósticos y muchos más diagnósticos que hace décadas), ha emergido un fenómeno preocupante en el ámbito de la atención a personas autistas: la proliferación de terapeutas que, bajo la apariencia de profesionales comprometidos con el bienestar de la comunidad autista, promueven intervenciones que carecen de fundamento, y que en muchos casos, responden a intereses egoístas. Estos individuos, en su mayoría alistas, han adoptado una actitud paternalista y salvacionista, asumiendo que es su deber "rescatar" a las personas autistas de sus propias vidas, como si nuestra existencia necesitara ser corregida y adaptada a una norma que ellos consideran ideal.
Lo que resulta particularmente preocupante de estos terapeutas no es sólo la falta de comprensión genuina sobre el autismo, sino que en muchos casos han desarrollado conocimientos técnicos sobre terapias como ABA (Análisis Conductual Aplicado), basadas en un entendimiento patologizante del autismo. Estas terapias, en lugar de valorar la diversidad autista, promueven la idea de que las personas autistas tenemos déficits que deben ser corregidos. Bajo esta lógica, su propósito se convierte en un intento de "normalización", de moldear a las personas autistas para que se comporten y respondan de manera neurotípica, sin considerar las graves implicaciones éticas de estas intervenciones.
A pesar de que estos terapeutas suelen estar respaldados por estudios y conocimientos académicos, en muchos casos maestrías rápidas en línea con enfoques terapéutico y médicos patologizantes, se observa un grave retraso en la actualización de sus enfoques y una profunda desconexión con los últimos avances en torno a la neurodiversidad. El problema no radica en la falta de formación, sino en la arrogancia y el sesgo con el que abordan el autismo. Se presentan como expertos infalibles, creyendo que lo saben todo sobre cómo "ayudar" a las personas autistas, mientras desestiman o ignoran por completo los dilemas éticos que sus métodos implican. Las terapias ABA, por ejemplo, ha sido cuestionado durante años debido a sus prácticas coercitivas y la forma en que busca suprimir comportamientos autistas en favor de la aceptación social basada en la norma neurotípica, aun cuando impliquen torturas.
Este salvacionismo terapéutico no sólo se traduce en una falta de respeto hacia las personas autistas, sino también en un enfoque peligroso que minimiza el impacto emocional y psicológico de estas intervenciones. En lugar de empoderar a las personas autistas, las reducen a sujetos pasivos que necesitan ser "salvados de sus miserias". Ignoran deliberadamente las voces de quienes hemos vivido estas terapias y las criticamos por ser invasivas y dañinas, además de causar trauma que nos dura por el resto de nuestras vidas. Estos terapeutas consideran que la única forma de progreso es a través de la adaptación, una visión que no sólo es éticamente cuestionable, sino que también pasa por alto la riqueza y el valor intrínseco de la neurodivergencia.
La falta de comprensión y la postura salvacionista en los terapeutas neurotípicos
Uno de los problemas más fundamentales de los falsos terapeutas es su incapacidad para comprender genuinamente la experiencia autista. A pesar de años de estudio y preparación académica, un terapeuta alista, jamás podrá entender de forma plena lo que significa vivir siendo autista. Los desafíos diarios que enfrentamos no pueden ser reducidos a simples "conductas a corregir". Para ellos, nuestras formas de procesar el mundo, nuestras sensibilidades y modos de comunicación se ven como defectos que necesitan ser rectificados, con el único propósito de hacernos parecer más como ellos.
Este enfoque ignora una realidad fundamental: el autismo no es una patología ni un error en el desarrollo humano. Es un neurotipo de base genética, una variación natural en la forma en que funciona el cerebro. Es parte de la neurobiología humana, y es tan válido como cualquier otro. Sin embargo, muchos terapeutas alistas, formados bajo los principios de la neuronorma, no logran captar esta idea fundamental. Ellos miden nuestras habilidades y comportamientos bajo un estándar impuesto por aquellos que históricamente han tenido el poder y el privilegio de definir lo que es "normal". Un estándar profundamente subjetivo que, a su vez, invisibiliza la diversidad neurocognitiva. Este modelo jerárquico y normativo no sólo deshumaniza a las personas autistas, sino que promueve activamente la idea de que debemos ser "arreglados" y "normalizados" para ser aceptados en la sociedad y de esa forma lograr el bienestar. Lo cual son fines ajenos a nosotros, muchas veces impulsados por la necesidad de los padres y madres, los educadores o cuidadores de tener hijos o estudiantes “normales”.
Este tipo de aproximación no sólo es erróneo, sino que es éticamente reprobable. Un terapeuta que no es autista no puede ni debe ocupar una posición de autoridad absoluta sobre lo que es "mejor" para nosotros, especialmente cuando ignora nuestra identidad y experiencias vividas. La falta de comprensión real de lo que significa ser autista convierte la postura salvacionista en una forma de violencia institucional. Se presenta como ayuda, pero en realidad busca imponer una visión sesgada del mundo sobre aquellos que no encajamos en su molde de normalidad. Es una forma de invalidación sistemática que nos despoja a las personas autistas de nuestra autonomía y autenticidad.
Además, muchos de estos terapeutas interpretan la autodefensa autista como una crítica personal a su labor, en lugar de verla como un llamado urgente para mejorar las prácticas y hacerlas más inclusivas y respetuosas. En su postura egocéntrica y soberbia, se sitúan en el centro del debate, creyendo que cualquier crítica a sus métodos es un ataque directo a su persona o a su prestigio profesional. En lugar de reflexionar sobre las voces de la comunidad autista y de ajustar su enfoque para priorizar el bienestar de las personas autistas, tienden a reaccionar de manera defensiva, minimizando las preocupaciones legítimas y reafirmando una narrativa en la que el terapeuta, y no la persona autista, es el protagonista. Esto es profundamente problemático, ya que desvía la atención del verdadero objetivo: mejorar la calidad de vida de las personas autistas desde su propia naturaleza. Esta falta de humildad y autocrítica es una de las razones por las cuales la relación entre las personas autistas y muchos terapeutas neurotípicos se vuelve tan tensa y, en muchos casos, contraproducente.
La autodefensa autista no es simplemente una reivindicación de derechos; es una manifestación esencial de dignidad humana. Cuando las personas autistas alzamos la voz para defender nuestra identidad, exigimos respeto y nos oponemos a terapias y tratamientos que buscan modificar quiénes somos en esencia. Estamos ejerciendo un derecho fundamental: el derecho a ser considerados seres humanos completos, con una identidad y dignidad propia. En este contexto, la ética desempeña un papel esencial, ya que cualquier intervención que busque transformar o "normalizar" el comportamiento de una persona autista sin su consentimiento o sin tomar en cuenta su identidad, constituye una violación de estos principios éticos básicos.
Uno de los mayores errores que cometen muchos terapeutas y profesionales es asumir la autodefensa autista como una barrera o crítica hacia su labor, sin detenerse a reflexionar sobre las verdaderas implicaciones de sus acciones. A menudo, estas terapias se justifican con el argumento de que la finalidad de las terapias es lo verdaderamente importante, sin considerar si las propias personas autistas desean o necesitan tales cambios. Al priorizar el fin de las terapias normalizadoras por encima de las personas, se atenta contra la dignidad, ya que se utiliza al autista como un instrumento. Esta manera de pensar, poner el fin sobre la persona, adopta una postura paternalista y objetificante, reduciéndonos a un mero medio para alcanzar sus fines terapéutico.
Esto plantea una cuestión ética fundamental: ¿es legítimo tratar a una persona como un medio para un fin, incluso si ese fin se presenta como "mejora" o "ayuda"? La respuesta, desde una perspectiva ética, es clara: no. La dignidad humana exige que cada individuo sea tratado como un fin en sí mismo, tal como afirmó el filósofo Immanuel Kant en su ética deontológica. Según este principio, los seres humanos no deben ser instrumentalizados para cumplir con los objetivos de otros, por más nobles que puedan parecer estos fines. En el caso de las personas autistas, nuestro derecho a la autodeterminación y nuestra identidad como seres humanos neurodivergentes deben ser respetados de manera incondicional.
Reducir la vida de una persona autista a una serie de comportamientos a corregir o modificar, sin considerar su deseo o perspectiva, no solo es una falta de respeto a su autonomía, sino que también niega su derecho a ser quien es. Esta perspectiva instrumentaliza al ser humano, subordinando su dignidad a los objetivos de una terapia, lo cual es profundamente problemático desde un punto de vista ético. El objetivo de cualquier intervención debe ser el bienestar integral de la persona, lo que incluye respetar su identidad y su dignidad como persona neurodivergente. Si una intervención socava estos aspectos fundamentales, entonces está fallando en su deber ético.
Ignorar o minimizar las críticas de la comunidad autista, al exigir mayor respeto y comprensión en lugar de corrección o normalización, refleja una visión profundamente errónea de lo que significa el trabajo terapéutico. Los profesionales que adoptan esta postura no solo están fallando en su responsabilidad ética, sino que también están perpetuando un modelo de intervención basado en la supremacía neurotípica, en el que las personas autistas somos vistas como "defectuosos".
Presentar las terapias normalizadoras como soluciones necesarias o deseables sin tomar en cuenta la voz de las personas autistas implica un silenciamiento de nuestra experiencia vivida. La verdadera ética en la autodefensa autista requiere que los profesionales escuchen y respeten las demandas de las personas autistas, reconociendo nuestra capacidad para tomar decisiones sobre nuestras propias vidas. Es importante recordar que la dignidad humana no es negociable ni condicionada a los resultados de una terapia. Al contrario, es un valor inherente a todas las personas, independientemente de su neurotipo. Por lo tanto, cualquier intento de desacreditar o invalidar la autodefensa autista, bajo el argumento de que las terapias buscan ayudar desde una postura de normalización, atenta directamente contra los principios fundamentales de la ética y los derechos humanos. Centrarse en los fines de una terapia a expensas de la dignidad y los derechos de las personas autistas revela una falta de comprensión sobre lo que realmente significa el compromiso ético.
Cuando se desestima la identidad autista, se incurre en una violación directa de los derechos humanos. Uno de los aspectos más sutiles pero poderosos de esta violación es la imposición de términos y símbolos que ignoran, o incluso suprimen, el reconocimiento pleno de la identidad autista. En este contexto, el uso de términos como "con autismo" en lugar de "autista" es más que una cuestión semántica: es una forma de reducir y desvincular la condición humana existencial autista de la persona misma, como si el autismo fuera una enfermedad o una carga llevamos encima y la cual padecemos. Este lenguaje no solo deshumaniza, sino que también niega el derecho a la autoidentificación, algo fundamental para la dignidad de cualquier ser humano.
Decir que una persona está "con autismo" implica que el autismo es una adición o algo externo, algo que se puede separar de la persona, cuando en realidad, el autismo es una parte de la esencia de nuestro ser, no es un mero accidente, ya que radica en lo más profundo de nuestra humanidad, de nuestra forma de percibir el mundo, de procesar la información, de experimentar la vida, de interpretar, de existir en el mundo. Desacreditar la importancia de los prefijos —o, más correctamente, preposiciones— y los símbolos es un acto que atenta contra los derechos humanos de las personas autistas, porque impide que nos reconozcamos plenamente a nosotros mismos y que la sociedad nos reconozca en nuestra diversidad. No es simplemente un tema de corrección política, sino de derechos fundamentales. La identidad de una persona, el derecho a definirse y ser vista en sus propios términos, es un derecho básico que no puede ser ignorado ni trivializado.
De manera similar, creer que los símbolos no son importantes, porque lo importante es la finalidad, afecta a la comunidad autista y es también una violación de derechos. El uso del símbolo del rompecabezas, por ejemplo, tiene una larga historia de ser un emblema de la visión deficitaria del autismo. El rompecabezas simboliza algo que falta, algo que no encaja, y refuerza la idea de que las personas autistas estamos incompletas y defectuosas. Esta simbología es, en muchos sentidos, análoga a símbolos de opresión y control que se han utilizado históricamente para deshumanizar a otros grupos. Un ejemplo claro es el uso de la esvástica por el régimen nazi, que representaba la pureza racial y se convirtió en un símbolo de genocidio y eugenesia. De manera preocupante, el uso del rompecabezas tiene una connotación similar en la comunidad autista, ya que está asociado con movimientos que, en su origen, buscaban "curar" y "eliminar" el autismo, y que también están a favor de la eugenesia.
Al igual que la esvástica evocaba una ideología que buscaba la exterminación de las personas que no cumplían con los estándares de la "raza superior", el símbolo del rompecabezas perpetúa la idea de que las personas autistas necesitamos ser arregladas y que nos falta algo esencial para ser completamente humanas. Esta analogía puede parecer dura, pero es una realidad que muchas personas autistas sabemos y sentimos cuando vemos este símbolo utilizado en contextos que promueven terapias y enfoques que buscan modificar o erradicar comportamientos autistas. Ignorar el impacto de estos símbolos es ignorar el dolor y la deshumanización que generan. Y aun así afirman que no importa porque lo más importante es su “ayuda” y “salvación” a lo cual, además, pretenden que les agradezcamos como si fueran la única solución a nuestras desgracias.
En definitiva, tanto el uso del lenguaje que despersonaliza como ignorar la importancia de símbolos que refuerzan la inferioridad percibida constituyen violaciones a los derechos de las personas autistas. No es ético ni humano, reducir nuestra existencia a una condición separable de nuestra experiencia. Las palabras y los símbolos tienen poder, y ese poder debe utilizarse para afirmar la identidad, la dignidad y nuestros derechos, no para invalidar nuestra autodefensa diciendo que son críticas a sus fines. Esta actitud es una señal de alerta que manifiesta una profunda mala conducta ética profesional y personal.
Lo que todo terapeuta que pretenda acompañar a autistas debe considerar
Cualquier terapeuta que aspire a acompañar a personas autistas debe, en primer lugar, abandonar las prácticas de corrección y normalización. Estas prácticas, que han sido históricamente implementadas bajo el enfoque médico-patologizante del autismo, están centradas en modificar los comportamientos autistas para alinearlos con los estándares neurotípicos. Este enfoque no solo es ineficaz, sino profundamente dañino y deshumanizante, ya que implica que la identidad autista es inferior o defectuosa y que debe ser "reparada". Para ser un aliado auténtico y ético, el terapeuta debe comprometerse con las terapias afirmativas de la neurodiversidad, un enfoque que reconoce y celebra las diferencias neurodivergentes como parte de la diversidad humana.
1. Respetar y validar la identidad autista
2. Restaurar la autonomía y la autodeterminación
Un aspecto esencial es restaurar la autonomía y la autodeterminación de la persona autista. Muchos enfoques terapéuticos convencionales quitan el control y la agencia a la persona autista, imponiendo metas y conductas desde una perspectiva externa, sin respetar nuestra capacidad de tomar decisiones sobre nuestra propia vida. En la terapia afirmativa de la neurodiversidad, la persona autista es el centro de su proceso terapéutico. Esto significa que el terapeuta no debe imponer objetivos, sino colaborar con la persona para identificar qué es lo que realmente quieren y necesitan, aun cuando son niños. Es imperativo fomentar la capacidad de autodeterminación, permitiendo que la persona autista tome decisiones sobre su bienestar, sin coacción ni manipulación.
3. Centrarse en el bienestar, no en la "normalización"
Un terapeuta comprometido con la afirmación de la neurodiversidad debe redefinir lo que significa apoyar el bienestar de una persona autista. En lugar de buscar la "normalización" o el encaje en los moldes sociales neurotípicos, el objetivo debe ser el bienestar auténtico de la persona en sus propios términos. Esto incluye apoyar a la persona en desarrollar estrategias que nos ayuden a vivir en un mundo predominantemente neurotípico, pero sin perder su autenticidad o tratar de forzarlos a adaptarse a estándares que no les pertenecen. El bienestar incluye el manejo del estrés, el desarrollo de habilidades que la persona desee adquirir, y el reconocimiento de sus fortalezas y capacidades singulares, no la eliminación de características que son parte integral de su identidad.
4. Rechazar el capacitismo
El capacitismo, que es la creencia de que las personas neurodivergentes somos inherentemente inferiores a las personas neurotípicas, debe ser rechazado de manera activa por cualquier terapeuta que trabaje con personas autistas. La terapia afirmativa de la neurodiversidad requiere un enfoque de igualdad, donde las diferencias no se traten como déficits. Esto implica no solo evitar prácticas de corrección, sino también desafiar los prejuicios internos y sociales que puedan llevar a ver la neurodivergencia como algo negativo. El terapeuta debe ser consciente de sus propios sesgos y trabajarlos para evitar replicar estructuras de poder opresivas en la relación terapéutica.
5. Promover la autoaceptación y la autodefensa
Uno de los objetivos principales de la terapia afirmativa es ayudar a la persona autista a aceptar y valorar quién es. Muchas personas autistas, debido a años de marginalización y estigmatización, hemos internalizado ideas negativas sobre uno mismo. Un terapeuta afirmativo debe trabajar para contrarrestar esas ideas, proporcionando un espacio donde la persona pueda explorar su identidad de manera positiva y fortalecedora. Además, es fundamental fomentar la autodefensa, empoderando a la persona para que exija y defienda sus derechos en todos los aspectos de su vida, desde el entorno escolar hasta el laboral y social. La autodefensa no es una amenaza para la relación terapéutica, sino una herramienta vital para que la persona autista recupere su poder y su voz en un mundo que a menudo las invisibiliza.
6. Fomentar un entorno inclusivo y accesible
Finalmente, el terapeuta debe estar comprometido con crear un entorno terapéutico y social que sea inclusivo y accesible. Esto significa no solo adaptar los entornos físicos y sensoriales para que sean cómodos para la persona autista, sino también crear un ambiente emocional y relacional que sea acogedor y libre de juicios. La accesibilidad también se extiende a cómo se comunican las expectativas y los objetivos en terapia, asegurando que la persona autista se sienta comprendida, respetada y segura en todo momento.
Al comprometerse con estos principios, los terapeutas pueden realmente acompañar a las personas autistas de una manera ética, respetuosa y afirmativa, ayudándoles a florecer sin renunciar a su identidad ni a su dignidad.
El trabajo con personas autistas requiere un cambio profundo en la manera en que los terapeutas entienden y abordan el autismo. Abandonar enfoques basados en la corrección y la normalización no es solo una cuestión de técnica, sino de ética y respeto por la dignidad humana. El autismo no es un déficit por corregir, sino un neurotipo válido, y los intentos de ajustarlo a los estándares neurotípicos no solo son ineficaces, sino profundamente deshumanizantes. Los terapeutas que deseen ser verdaderos aliados deben comprometerse con una práctica afirmativa de la neurodiversidad, que respete y celebre la identidad autista, y coloque el bienestar y la autonomía de la persona en el centro.
Este enfoque no solo rechaza el capacitismo y la patologización del autismo, sino que también restituye los derechos de las personas autistas, incluyendo nuestro derecho a la identidad, la autodeterminación y la autoaceptación. Cualquier intento de desacreditar la autodefensa autista, bajo el pretexto de que los fines terapéuticos son más importantes que la dignidad, revela una profunda falta de ética. Los símbolos y el lenguaje que utilizamos tienen un impacto real en nuestra vida, y desestimarlos es perpetuar la opresión y negar nuestro derecho a definir nuestra identidad.
Al reconocer la importancia de estos principios, los terapeutas pueden ofrecer un acompañamiento que no solo mejora la calidad de vida, sino que también honra nuestra humanidad y nuestro derecho a existir plenamente, tal como somos. En última instancia, la afirmación de la neurodiversidad no es solo una cuestión terapéutica, sino una demanda de justicia y respeto a los derechos humanos básicos.



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