El sentido ocupacional en personas autistas: neurociencia, neurofilosofía y el proceso de adaptación ante la pérdida
- Larissa Guerrero

- Nov 10, 2024
- 17 min read
Por Larissa Guerrero Ph. D

En nuestra vida cotidiana, las ocupaciones significativas, es decir, aquellas actividades que reflejan aspectos esenciales de nuestra identidad y nos brindan propósito, juegan un papel central en nuestro bienestar y bienser. Estas actividades no solo estructuran nuestro tiempo, sino que también promueven una conexión genuina con nuestra identidad y nuestro entorno, proporcionando un sentido profundo de pertenencia y significado.
Para las personas autistas, estas ocupaciones tienen un impacto aún mayor, ya que actúan como puntos de anclaje en la experiencia psíquica. Ofrecen estabilidad emocional, cognitiva, sensorial y existencial. Además, facilitan la autorregulación y proporcionan un espacio seguro donde se reduce la presión de ajustarse a las normas externas. También permiten una conexión interna consistente, que integra la identidad, la percepción del entorno y el sentido de continuidad.
Estos puntos de anclaje ayudan a estructurar la experiencia psíquica, disminuyendo la fragmentación de la percepción del sí mismo. Promueven un sentido más cohesivo del yo, lo cual es esencial para el bienestar general. Al establecer conexiones consistentes con la interioridad y el entorno, estos puntos de anclaje reducen la incertidumbre. Crean un sentido de previsibilidad, seguridad y control que contribuye a la estabilidad mental y emocional.
Comprender la relevancia de estas actividades y el impacto de su pérdida requiere un enfoque integral. Es fundamental abarcar tanto aspectos neurocientíficos como neurofilosóficos, reconociendo la influencia de la subjetividad y la narrativa personal.
El sentido ocupacional desde la neurociencia: por qué importa para el bienestar
Las diferencias en la estructura, funcionamiento y maduración del cerebro autista afectan cómo las ocupaciones significativas impactan la vida de una persona autista. Estas diferencias juegan un papel crucial en cómo las personas autistas pueden experimentar y beneficiarse de actividades que proporcionan sentido y bienestar.
La neurociencia muestra que el cerebro autista tiene diferencias tanto en la estructura como en la conectividad neuronal, lo cual afecta la maduración y el funcionamiento diario. Se ha evidenciado una mayor densidad de materia gris en áreas como la corteza temporal y occipital (Courchesne et al., 2011), mientras que una menor conectividad entre el córtex prefrontal y otras regiones afecta la integración sensorial y cognitiva, dificultando la implicación estable en actividades significativas (Just et al., 2007).
En el autismo, se observa una maduración más lenta del córtex prefrontal, implicado en funciones ejecutivas como la planificación, el control inhibitorio y la regulación emocional (Luna et al., 2009). Este retraso está asociado con una menor eficiencia en la conectividad neuronal, específicamente en la formación de sinapsis excitatorias e inhibitorias. A nivel sináptico, se observa una alteración de la plasticidad sináptica, como una disminución en la LTP (potenciación a largo plazo), esencial para el aprendizaje y la memoria. Además, se presenta una poda sináptica deficiente que no elimina adecuadamente las conexiones menos funcionales, afectando la capacidad de establecer conexiones adaptativas y limitando el compromiso con nuevas actividades que podrían llegar a ser significativas. En particular, las neuronas piramidales del córtex prefrontal muestran una disminución en la densidad de espinas dendríticas, lo cual impacta directamente la flexibilidad cognitiva y la regulación emocional, elementos necesarios para adaptarse a cambios en las ocupaciones significativas y explorar nuevas actividades que puedan aportar un sentido de propósito (Luna et al., 2009).
La disfunción de los neurotransmisores glutamato y GABA en el autismo crea un desequilibrio excitatorio/inhibitorio. El exceso de actividad del glutamato y la disfunción en el sistema GABAérgico contribuyen a una hiperexcitación que dificulta la inhibición de estímulos irrelevantes y aumenta la sobrecarga sensorial. Esta desregulación limita la plasticidad sináptica, dificultando la modificación de sinapsis ante nuevos estímulos, lo cual impacta la capacidad de adaptarse a nuevas ocupaciones que podrían ser relevantes. Además, se ha detectado una menor expresión de receptores NMDA en el córtex prefrontal, lo cual afecta la plasticidad sináptica y la consolidación de aprendizajes, impactando negativamente la planificación y la regulación emocional necesarias para que las ocupaciones mantengan su sentido personal (Just et al., 2007).
El desequilibrio de los niveles de GABA y glutamato también afecta significativamente la regulación emocional, que es fundamental para participar en ocupaciones significativas. La disminución del GABA, con su función inhibidora y ansiolítica, lleva a una hiperreactividad ante situaciones estresantes, dificultando el acceso a actividades que podrían brindar estabilidad. Por otro lado, el exceso de actividad del glutamato incrementa la excitación neuronal, interfiriendo con la función de la amígdala y el córtex prefrontal, áreas críticas para la regulación de respuestas emocionales. Este desequilibrio incrementa la resistencia a los cambios y dificulta la adaptación a nuevos entornos ocupacionales, lo cual se traduce en una mayor probabilidad de respuestas emocionales intensas y desreguladas (Courchesne et al., 2011). Estas características limitan la capacidad de comprometerse con nuevas ocupaciones y de encontrar un sentido renovado en las actividades existentes, haciendo más difícil mantener rutinas que ofrezcan bienestar.
La maduración tardía del córtex prefrontal, junto con alteraciones en la conectividad de esta región con otras áreas como la amígdala y el hipocampo, afecta la regulación del comportamiento bajo estrés. A nivel neuronal, se observan conexiones menos eficientes entre el córtex prefrontal y la amígdala, lo que compromete la modulación de respuestas emocionales intensas y dificulta el control inhibitorio en situaciones estresantes. Además, la conectividad alterada con el hipocampo afecta la integración de la memoria contextual, que es esencial para evaluar situaciones de manera adaptativa. A nivel neuroquímico, hay una disminución de la eficacia sináptica mediada por neurotransmisores como el glutamato en el córtex prefrontal, lo cual limita la capacidad de ejecutar procesos de aprendizaje emocional y de regular los impulsos de manera adecuada. Todo esto contribuye a los desafíos observados en la regulación emocional, la cognición social y la planificación efectiva, afectando la capacidad de encontrar ocupaciones significativas que aporten sentido y bienestar (Courchesne et al., 2011; Just et al., 2007; Luna et al., 2009).
La materia gris y blanca en personas autistas presenta patrones atípicos que afectan la conectividad neuronal, en especial en el córtex prefrontal, responsable de funciones como el razonamiento, la toma de decisiones y la regulación emocional. La maduración lenta del córtex prefrontal implica que muchas de estas capacidades no se desarrollen plenamente hasta alrededor de los 30 años, lo cual contribuye a dificultades en la regulación emocional, la integración sensorial y la resistencia al cambio. Esta diferencia en la maduración también dificulta el equilibrio entre las demandas del entorno y el desarrollo interno, generando desafíos específicos para el desempeño diario y, en consecuencia, para la capacidad de implicarse en ocupaciones que puedan ofrecer sentido y estabilidad.
Estas diferencias en la maduración cerebral también afectan cómo las ocupaciones significativas impactan la vida de una persona autista, especialmente en cómo se activan los circuitos de recompensa y regulación emocional en el cerebro. La activación del sistema dopaminérgico al participar en ocupaciones significativas tiene un efecto estabilizador en la vida de las personas autistas (Schultz, 2015). La dopamina refuerza la repetición de estas actividades, ayudando a establecer un ciclo positivo de autorregulación y bienestar. Además, la conexión entre el córtex prefrontal y las estructuras límbicas, como la amígdala, es esencial para la autorregulación emocional, permitiendo que estas ocupaciones gestionen adecuadamente las respuestas emocionales, ofreciendo así un espacio de estabilidad y predictibilidad (Haber & Knutson, 2010).
De este modo, la neurofisiología de las ocupaciones significativas se fundamenta en la activación de redes neuronales que promueven la estabilidad emocional. Además, estas actividades proporcionan un entorno predecible que facilita la autorregulación emocional, lo cual es fundamental para manejar el estrés y reducir la sobrecarga emocional en personas autistas. La disminución de la conectividad en el córtex prefrontal con otras áreas como la amígdala dificulta la regulación emocional, haciendo que las ocupaciones significativas jueguen un papel clave en la compensación de estas dificultades al proporcionar estabilidad y activar los circuitos de recompensa.
Las ocupaciones significativas, al activar circuitos de recompensa y aportar previsibilidad, desempeñan un rol fundamental en estabilizar la respuesta emocional y en el bienestar de las personas autistas (Just et al., 2007; Etkin et al., 2011). Además, estas actividades ayudan a construir y sostener la identidad, favoreciendo la coherencia interna y la funcionalidad adaptativa.
Las ocupaciones significativas activan áreas del cerebro vinculadas al placer y la autorregulación emocional, como el sistema límbico y las redes de recompensa. Al activar el sistema dopaminérgico, estas actividades generan satisfacción y proporcionan estabilidad emocional, lo cual es especialmente importante para las personas autistas debido a la prevalencia de la sobrecarga sensorial en su entorno.
Además, la repetición y estructura que brindan las ocupaciones significativas pueden activar el circuito de recompensa, creando un estado de estabilidad emocional que reduce el estrés. Esto se debe a que el cerebro humano, y en particular el autista, busca patrones y consistencia para reducir la incertidumbre y la ansiedad. Las ocupaciones que tienen una relevancia personal ayudan a estabilizar la mente, manteniendo un equilibrio entre lo que necesitamos y lo que experimentamos en nuestro entorno. Por tanto, el sentido ocupacional no es solo un aspecto de satisfacción; es una necesidad cerebral que fomenta el bienestar y la resiliencia emocional.
La neurofilosofía del sentido ocupacional: la verdad subjetiva y la experiencia de ser
Desde una perspectiva neurofilosófica, la forma en que experimentamos nuestras ocupaciones significativas implica una integración compleja de procesos subjetivos y neurocognitivos, que trascienden la mera actividad sináptica para involucrar dimensiones filosóficas sobre la conciencia y la identidad. El filósofo Thomas Metzinger (2003) propone la idea del Self-model —una construcción dinámica que el cerebro genera sobre sí mismo, a partir de señales neurobiológicas—. Esta construcción permite la percepción de una identidad cohesiva que se sustenta en las ocupaciones que realizamos, ya que estas ofrecen una continuidad entre nuestras acciones y la narrativa personal que creamos sobre quiénes somos. En personas autistas, la estructura de este self-model puede verse comprometida debido a las diferencias en la integración de información sensorial y emocional, lo que hace que las ocupaciones significativas sean fundamentales para construir y reafirmar la narrativa del yo.
Por otro lado, el concepto del Self Narrativo de Daniel Dennett (1991) sugiere que cada persona construye una narrativa que dota de sentido y 'verdad' a las actividades, un proceso esencial para la autopercepción y la continuidad del yo. Para las personas autistas, que frecuentemente enfrentan un entorno disonante y poco comprensible, estas ocupaciones ofrecen un espacio donde es posible ejercer agencia y autenticidad. Este sentido de autenticidad es fundamental porque proporciona estabilidad frente a un entorno que constantemente desafía la coherencia del self.
En términos de neurociencia, autores como Georg Northoff (2014) han explorado cómo la red neuronal por defecto (DMN) está implicada en los procesos de auto-reflexión y construcción de la identidad. La DMN, que se activa durante la introspección y la evaluación personal, contribuye a la continuidad narrativa del self. En el contexto de las ocupaciones significativas, la activación de la DMN facilita la integración de la experiencia subjetiva con la identidad, proporcionando un sentido de pertenencia que va más allá de la mera funcionalidad de la actividad. En personas autistas, la alteración en el funcionamiento de esta red puede hacer que la continuidad narrativa del self sea más frágil, incrementando la dependencia de ocupaciones específicas que ofrecen un sentido de estabilidad y coherencia.
Antonio Damasio (1999), en su teoría de los marcadores somáticos, describe cómo los estados corporales y emocionales contribuyen a la toma de decisiones y a la construcción del sentido de uno mismo. Las ocupaciones significativas generan una serie de marcadores somáticos positivos que reafirman la percepción de bienestar y sentido. Para las personas autistas, la repetición de estas ocupaciones puede ser clave para establecer patrones estables de autorregulación emocional y física, creando un ciclo positivo que impacta tanto a nivel neuronal como experiencial.
La neurovalidación, entendida como el reconocimiento de la experiencia individual como legítima y válida, es esencial desde el punto de vista neurofisiológico porque contribuye a la regulación emocional y a la integración del yo, activando redes neuronales relacionadas con el sistema límbico, la red de modo predeterminado y el córtex prefrontal (Damasio, 1999; Northoff, 2014). Esta validación permite que la persona autista encuentre coherencia y propósito en sus ocupaciones significativas, fortaleciendo la narrativa del self y, por ende, su sentido de identidad y pertenencia.
Pérdida y duelo en el sentido ocupacional
La pérdida de ocupaciones significativas —como un empleo, un hogar, o actividades fundamentales para la autorregulación, la continuidad de la identidad, la estabilidad emocional y la integración del self— genera una experiencia de duelo compleja. Desde el punto de vista neurocientífico, el cerebro interpreta la pérdida como una disrupción en sus circuitos de recompensa y regulación emocional, activando la amígdala y disminuyendo la actividad del córtex prefrontal, generando síntomas de estrés y ansiedad similares a los de una pérdida física (McEwen, 2007). Este duelo no siempre es reconocido ni validado socialmente, lo cual puede intensificar la sensación de aislamiento y soledad. La disminución de la dopamina y serotonina asociada a la falta de recompensas también contribuye al incremento de la sintomatología depresiva (Nestler & Carlezon, 2006).
La neurofilosofía nos ayuda a comprender este duelo desde la perspectiva de la ruptura en la continuidad narrativa del self. Según la teoría del self narrativo, la pérdida de una ocupación significativa implica una disrupción en la narrativa personal que mantenía cohesiva la identidad (Dennett, 1991). Esta disrupción no solo es una pérdida de actividad sino una pérdida de parte del sentido del yo, lo cual contribuye a la sensación de vacío y desorientación. Además, desde la perspectiva de la filosofía fenomenológica, autores como Maurice Merleau-Ponty han señalado que nuestras ocupaciones y el contacto con el entorno son fundamentales para la construcción de la identidad a través del cuerpo vivido (Merleau-Ponty, 1945). En el contexto de la neurodiversidad, las ocupaciones pueden tener un peso especialmente alto en la construcción del self debido a las dificultades añadidas en la integración social y la necesidad de puntos de referencia consistentes y previsibles, lo cual es esencial para sostener la coherencia del self.
Adaptarse tras la pérdida implica tanto una reconfiguración neurobiológica como una reelaboración narrativa. A nivel neuronal, la neuroplasticidad permite que con el tiempo se puedan formar nuevas conexiones que ofrezcan recompensas y estabilidad, aunque esto puede ser un proceso más lento y complejo para las personas autistas debido a las diferencias en la plasticidad sináptica y en la conectividad prefrontal (Pascual-Leone et al., 2005). A nivel narrativo, es fundamental encontrar nuevas ocupaciones que resuenen con la identidad personal y que permitan reestablecer una continuidad en el sentido del yo. La validación social y la auto-neurovalidación juegan un papel esencial para este proceso, ya que facilitan la integración de las nuevas experiencias en la narrativa personal sin que se perciban como impuestas o ajenas. La teoría de los marcadores somáticos de Damasio (1999) también indica que los estados emocionales asociados a las ocupaciones significativas ayudan a establecer nuevas bases para la toma de decisiones que reafirman el self, proporcionando un marco emocional que facilita la adaptación.
Adaptación y reconstrucción de la identidad tras la pérdida ocupacional
Cuando se pierde una ocupación significativa, también se pierde una parte de la identidad y del sentido de continuidad. La adaptación implica no solo buscar nuevas actividades, sino también aceptar que nuestra identidad puede cambiar a raíz de esta pérdida. La neurociencia indica que el cerebro humano es capaz de reorganizarse a través de la neuroplasticidad, lo cual permite que, con el tiempo y con nuevas ocupaciones, se reconfigure un sentido de propósito y pertenencia (Merzenich, 2001; Kolb & Whishaw, 2015). Sin embargo, este proceso puede ser lento y requiere paciencia, especialmente cuando el cambio es significativo, como la pérdida de un empleo que brindaba estructura diaria o un hogar que representaba un espacio seguro y constante.
En este contexto, la neurofilosofía nos recuerda que la adaptación no consiste en reemplazar una ocupación perdida por otra sin más. La neurosemántica, desde la perspectiva de la neurofilosofía, explica que el sentido que atribuimos a nuestras ocupaciones está profundamente influenciado por la forma en que nuestro cerebro procesa y conecta el significado de estas actividades con nuestras experiencias previas y valores personales (Damasio, 1999; Panksepp, 2004). Esta construcción del significado, que tiene lugar en la corteza prefrontal y se integra con redes neuronales como la red neuronal por defecto (DMN), es fundamental para la estabilidad de la identidad en el contexto de cambios importantes (Raichle et al., 2001). Para que la nueva ocupación sea significativa, debe resonar con la narrativa subjetiva de la persona, permitiéndole sentirse auténtica y conectada con su identidad.
El pragmaticismo de Charles Peirce también tiene relevancia en este proceso de reconstrucción del sentido ocupacional. Según Peirce, el significado de nuestras acciones y creencias está determinado por sus efectos prácticos y por cómo contribuyen a nuestra vida cotidiana (Peirce, 1878, CP 5.388-410). El pragmaticismo, tal como lo desarrolló Peirce, enfatiza la importancia del 'summum bonum', el bien supremo, que representa el ideal hacia el cual deben orientarse todas nuestras acciones y decisiones (Peirce, CP 5.130). Este concepto se relaciona directamente con la realización del potencial humano y el crecimiento continuo, ya que su objetivo es maximizar el bienestar y la plenitud de la persona a través de elecciones significativas. En el contexto de las ocupaciones, el 'summum bonum' impulsa la búsqueda de actividades que no solo cubran necesidades prácticas, sino que también contribuyan al crecimiento personal y a un sentido más profundo de propósito. De esta manera, el crecimiento personal y el desarrollo de ocupaciones significativas forman parte de este bien supremo, proporcionando una base para que las personas avancen hacia una vida más plena y satisfactoria. (Peirce, CP 5.133).
Para las personas autistas, encontrar nuevas ocupaciones que ofrezcan un valor práctico y un sentido de estabilidad contribuye directamente a la homeostasis, tanto a nivel fisiológico como psíquico (Solomon et al., 2019). Las nuevas ocupaciones ayudan a mantener un equilibrio interno al proporcionar predictibilidad y estructura, elementos esenciales para la reducción del estrés y la estabilidad emocional. De esta manera, el desarrollo de ocupaciones no solo tiene un valor pragmático, sino que también contribuye al crecimiento integral, favoreciendo el bienestar y la realización personal.
Este enfoque pragmaticista se alinea con la idea de que las acciones deben tener un propósito significativo que conduzca al florecimiento personal, integrando así la dimensión práctica con la aspiración hacia el 'summum bonum'. La estabilidad homeostática se logra cuando las nuevas ocupaciones proporcionan una estructura y predictibilidad que favorecen el equilibrio emocional y cognitivo, permitiendo que la persona reconstruya un sentido de identidad que sea coherente con sus experiencias y necesidades únicas.
Esta reconstrucción del sentido ocupacional implica explorar nuevas actividades que se alineen con nuestros valores y necesidades, y aceptar que algunas pérdidas pueden no tener un reemplazo directo. La autenticidad en la elección de nuevas ocupaciones es crucial, ya que estas deben adaptarse al individuo en lugar de forzar un ajuste a expectativas externas.
Ocupaciones significativas en espacios como el hogar y el ámbito laboral
Para muchas personas, el hogar y el trabajo representan espacios donde se originan ocupaciones significativas y donde estas actividades encuentran su sentido. El hogar, en particular, es un espacio de refugio y estabilidad que facilita la autorregulación y donde las personas autistas podemos sentirnos libres de expectativas sociales. La pérdida del hogar no solo implica la pérdida de un espacio físico, sino también la desaparición de las rutinas y actividades que lo acompañan, lo cual impacta directamente en el bienestar, el sentido de seguridad, y la capacidad de autorregulación.
Desde un punto de vista neurocientífico, la pérdida del hogar conlleva una disrupción en las redes neuronales involucradas en la regulación emocional, tales como la red neuronal por defecto (DMN) y la amígdala, que juegan un papel crucial en la percepción de seguridad y el procesamiento del apego (McEwen, 2007). Esto puede desencadenar un aumento de los niveles de estrés y ansiedad, afectando negativamente la estabilidad emocional y exacerbando la respuesta al estrés. La pérdida del hogar también puede incrementar ciertos rasgos autistas debido a la sobrecarga emocional y la falta de un entorno predecible, lo cual está relacionado con la hiperactividad de la amígdala y la reducción de la plasticidad sináptica (McEwen, 2007; Sapolsky, 2004).
Estudios han demostrado que la activación excesiva de la amígdala y la reducción de la plasticidad sináptica dificultan la adaptación a nuevas circunstancias (McEwen, 2007; Sapolsky, 2004). Estos efectos neurofisiológicos explican cómo el estrés crónico generado por la pérdida del hogar impacta la capacidad de reorganizarse y mantener un equilibrio emocional. dificultan la adaptación (McEwen, 2007; Sapolsky, 2004). La elevación sostenida de cortisol, como consecuencia del estrés, interfiere con la plasticidad sináptica y el funcionamiento adaptativo, lo cual dificulta la capacidad de la persona para reestablecer nuevas rutinas que brinden un sentido de continuidad y estabilidad (Sapolsky, 2004).
El trabajo, por otro lado, representa una fuente de propósito y de conexión con el mundo exterior. Las neurociencias han mostrado que el sentido de logro y la estructura que ofrece el empleo pueden activar el sistema de recompensa, en particular el área tegmental ventral y el núcleo accumbens, disminuyendo los niveles de cortisol y aumentando el bienestar (Schultz, 2015). Esta activación del sistema dopaminérgico contribuye a mantener un equilibrio emocional y promueve la resiliencia. Sin embargo, para las personas autistas, el ámbito laboral puede ser un entorno de doble filo: si el empleo se alinea con sus intereses y habilidades, puede proporcionar un sentido profundo de ocupación significativa y reforzar los circuitos de recompensa que incrementan la motivación y el bienestar. Pero si el entorno laboral es demandante y requiere una adaptación constante, puede convertirse en una fuente crónica de estrés, activando el eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA) y elevando los niveles de cortisol de manera prolongada, lo cual afecta negativamente la salud física y mental (Lupien et al., 2009).
La pérdida de un empleo significativo o de un entorno laboral comprensivo genera una ruptura en el sentido ocupacional que no siempre es fácil de reconstruir. Esta pérdida afecta la activación de los sistemas de recompensa, lo cual disminuye la motivación y contribuye a la aparición de síntomas de ansiedad y depresión. La falta de predictibilidad y la sensación de inseguridad incrementan la hiperreactividad del sistema límbico, particularmente la amígdala, afectando la capacidad de la persona autista para encontrar nuevas ocupaciones que le proporcionen el mismo nivel de satisfacción y estabilidad. La pérdida ocupacional también se asocia con una disminución en la activación del córtex prefrontal dorsolateral, que es crucial para la planificación y el establecimiento de objetivos a largo plazo, lo cual dificulta la capacidad de adaptación (Arnsten, 2009). Reconstruir el sentido ocupacional tras la pérdida del empleo requiere tiempo, apoyo social y un entorno que facilite la autoexploración sin las presiones de la adaptación constante, permitiendo así la reorganización de los circuitos neuronales y la activación de mecanismos de resiliencia.
Reflexión final: la importancia de la neurovalidación en el sentido ocupacional
El sentido ocupacional y su pérdida tienen profundas implicaciones para el bienestar emocional, cognitivo y social, especialmente en personas autistas, para quienes las ocupaciones significativas actúan como pilares de estabilidad y coherencia. La neurovalidación se presenta como una herramienta esencial para mitigar el impacto negativo de la pérdida ocupacional, ya que permite reconocer la legitimidad de las experiencias individuales y el valor inherente de cada actividad significativa. Al validar estas experiencias, se facilita el proceso de duelo y se promueve una reconstrucción del sentido personal, permitiendo la creación de nuevas ocupaciones que resuenen con la identidad de la persona y ofrezcan un sentido renovado de propósito y pertenencia. La comprensión y el apoyo psicosocial son fundamentales para que la persona pueda integrarse nuevamente, manteniendo una narrativa coherente que contribuya a su bienestar general y a su autorrealización.
Referencias:
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