El enmascaramiento de la bondad y del bienestar: adaptación y realidad oculta
- Larissa Guerrero
- Dec 1, 2024
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Por Larissa Guerrero Ph. D

El enmascaramiento de la bondad es una respuesta adaptativa que emerge en contextos donde expresar emociones auténticas o necesidades personales puede ser percibido como una amenaza, generar rechazo o provocar consecuencias negativas. Esta práctica implica reprimir comportamientos y emociones reales para proyectar una imagen de amabilidad, felicidad o conformidad moral que sea aceptable para quienes nos rodean. Si bien puede surgir en respuesta a normas sociales amplias, como la neuronormatividad, normas de etiqueta social o costumbres socioculturales que privilegian la complacencia sobre la autenticidad, el enmascaramiento de la bondad también es resultado de dinámicas más localizadas, como la violencia familiar, el acoso escolar o laboral, entre otras formas de abuso y opresión. En estos contextos, el enmascaramiento de la bondad surge como una respuesta ante la violencia y la necesidad de autopreservación, más allá de las normas sociales amplias.
En autistas, el enmascaramiento de la bondad es especialmente significativo debido a las demandas particulares de entornos que no suelen ser accesibles ni comprensivos con nuestras diferencias. Desde edades tempranas, enfrentamos situaciones en las que expresar frustración, tristeza o cualquier respuesta intensa se traduce en juicio, rechazo o invalidación, ya que nuestras conductas son interpretadas como conflictivas o desafiantes. A menudo, estas expresiones se comparan con trastornos del ánimo o de la personalidad, y se invalidan bajo la creencia de que son comportamientos que deben ser corregidos. Esto no ocurre únicamente por una actitud de positividad tóxica, sino que es un proceso mucho más profundo y complejo que responde a la percepción de nuestras formas de interactuar como algo problemático en sí mismas. Estas experiencias no solo nos enseñan a ocultar nuestra verdad emocional y relacional, sino que también refuerzan la percepción de que ser diferentes conlleva riesgos, desde el aislamiento social hasta la violencia. El enmascaramiento de la bondad, entonces, se convierte en un mecanismo de supervivencia que afecta nuestras interacciones con los demás y la relación que mantenemos con nosotros mismos.
El trauma juega un papel central en el mantenimiento del enmascaramiento de la bondad. Las experiencias repetidas de invalidación, juicio o desaprobación hacia nuestra autenticidad generan una desconexión progresiva con nuestras señales internas. Esto no ocurre únicamente en grandes contextos sociales, sino también en los pequeños entornos donde interactuamos cotidianamente. Por ejemplo, una persona que constantemente enfrenta rechazo o minimización al expresar angustia o necesidades emocionales aprende a reprimir esas expresiones para evitar ser vista como problemática o "difícil". Este patrón no es una simple elección consciente, sino una adaptación que responde a la necesidad de protegerse en entornos hostiles. Se trata de un mecanismo de supresión ante la negación de nuestras formas de expresar y responder ante el entorno, y sucede de forma automática sin necesidad de que exista un entorno de positividad. Además, las relaciones de poder también influyen en el enmascaramiento de la bondad, ya que estas dinámicas pueden determinar qué comportamientos son aceptables y cuáles deben ser reprimidos para evitar conflictos o consecuencias negativas.
El impacto del enmascaramiento de la bondad no se limita al ámbito social. Con el tiempo, esta práctica internaliza la idea de que nuestras emociones y necesidades no son válidas ni dignas de ser expresadas. Esta autoinvalidación dificulta la capacidad de reconocer el malestar interno, lo que a su vez agrava problemas de salud emocional y física. Este proceso de supresión emocional no solo afecta el bienestar general, sino que también altera la percepción de uno mismo, generando sentimientos de insuficiencia. Además, el enmascaramiento de la bondad mantiene un ciclo donde las relaciones sociales se construyen en torno a la complacencia, no a la autenticidad, lo que refuerza la idea de que nuestras necesidades deben permanecer ocultas. Esta dinámica contribuye a la consolidación de un entorno en el que nuestras necesidades reales son invisibilizadas de manera constante, impidiendo el establecimiento de relaciones basadas en la reciprocidad y la comprensión mutua.
Romper con el enmascaramiento de la bondad implica un proceso de autodescubrimiento y deconstrucción de patrones aprendidos. No se trata únicamente de desafiar expectativas externas, sino de cuestionar las dinámicas que nos llevaron a priorizar la comodidad de los demás sobre nuestra autenticidad. Este cambio requiere reconectar con nuestras emociones y aprender a expresarlas sin miedo al juicio o al rechazo, incluso en entornos que pueden ser hostiles. Al hacerlo, no solo fortalecemos nuestra relación con nosotros mismos, sino que también creamos espacios donde nuestras experiencias sean reconocidas y valoradas.
Es importante distinguir el enmascaramiento de la bondad de la positividad tóxica. Aunque ambos comparten el trasfondo de las expectativas sociales, no son equivalentes ni necesariamente interdependientes. La positividad tóxica es una costumbre cultural que niega las emociones negativas al exigir un optimismo constante, invalidando cualquier expresión de malestar o sufrimiento. Surge de una creencia arraigada en la idea de que la felicidad es el estado ideal del ser humano, y que cualquier desviación hacia el malestar representa un fallo personal o un obstáculo para el desarrollo y el bienestar colectivo. Esta visión se fundamenta en un ideal cultural de productividad y eficiencia, donde las emociones negativas se consideran elementos disruptivos que deben ser eliminados para mantener la armonía y la estabilidad. Esta costumbre emerge tanto de expectativas culturales amplias que promueven el éxito y la positividad a toda costa, como de la necesidad de evitar conflictos e incomodidades a nivel individual. Además, se refuerza en contextos donde la expresión del malestar se percibe como una amenaza a la estabilidad del grupo, ya que desafía la visión compartida de que el bienestar es equivalente a la ausencia de problemas. Así, la positividad tóxica se convierte en una herramienta para mantener la ilusión de un estado constante de felicidad y control emocional, promoviendo un clima superficial de armonía que, en realidad, limita la profundidad y autenticidad de las relaciones interpersonales.
Por otro lado, el enmascaramiento de la bondad es una conducta adaptativa, no una actitud consciente, que surge como respuesta a demandas específicas del entorno. En este proceso, las emociones genuinas se ocultan para minimizar riesgos o evitar consecuencias negativas. Las relaciones de poder desempeñan un papel esencial en el enmascaramiento, ya que determinan quién tiene el derecho de expresar su verdad sin repercusiones y quién debe suprimirla para evitar sanciones. A diferencia de la positividad tóxica, que se basa en la promoción constante de emociones positivas como único estado emocional aceptable, las estructuras de poder actúan a través de mecanismos de control, disciplina y jerarquización que imponen restricciones sobre qué expresiones emocionales son permitidas. Estas dinámicas de poder pueden utilizar la positividad tóxica como una herramienta o no, y operan principalmente a través de la creación de desigualdades y la necesidad de obediencia para mantener el orden establecido. Así, el enmascaramiento de la bondad no solo se debe a la presión de mostrar felicidad, sino que también es una estrategia de autopreservación frente a las consecuencias de desafiar estas estructuras jerárquicas.
Aunque la positividad tóxica puede influir en el enmascaramiento al crear un ambiente donde solo se permiten emociones "positivas", no es una condición sine qua non, ya que el enmascaramiento de la bondad también responde a dinámicas de poder que exigen conformidad para evitar conflicto o castigo. Ambos fenómenos, aunque relacionados, operan en niveles distintos. La positividad tóxica establece un marco cultural que invalida el malestar como parte legítima de la experiencia humana, mientras que el enmascaramiento de la bondad responde a contextos específicos en los que expresarse de manera auténtica se percibe como peligroso. Esta distinción es fundamental para entender las dinámicas que sostienen la desconexión emocional y la invisibilización de nuestras necesidades, y para trabajar hacia un cambio que permita la autenticidad como una expresión legítima y valorada.
Ejemplos de enmascaramiento de la bondad
Sonreír en situaciones de incomodidad: En muchas situaciones sociales, especialmente en reuniones familiares o laborales, las personas autistas (y otras también) pueden verse obligadas a sonreír a pesar de sentirse incómodas, ansiosas o molestas. Sonreír actúa como un "escudo" para evitar ser percibidos como conflictivos o para evitar preguntas indeseadas sobre su estado emocional real.
Ofrecer ayuda innecesaria para mantener la apariencia de complacencia: Un ejemplo de enmascaramiento de la bondad es ofrecer ayuda incluso cuando no es necesario o cuando se sabe que no se tiene la capacidad de darla, solo para mantener la apariencia de ser una persona amable y solícita. A pesar de sentir agotamiento o la imposibilidad de atender la petición, la persona insiste en ofrecer su ayuda con tal de cumplir con las expectativas de ser siempre "buena" y evitar que se le perciba como egoísta o poco colaboradora. Este comportamiento es una manifestación del enmascaramiento de la bondad, ya que se anteponen las expectativas de los demás sobre el propio bienestar.
Reprimir la frustración o el desagrado: A menudo, expresar frustración o desagrado está asociado con una reacción "negativa" en contextos sociales. Como autistas tendemos a ocultar estas emociones, como la molestia ante estímulos sensoriales abrumadores (ruidos fuertes, luces brillantes, etc.), para evitar ser vistas como "exageradas" o "problemáticas". Este esfuerzo se convierte en una forma constante de enmascarar la necesidad de autorregulación.
Aceptar responsabilidad por errores que no cometiste para evitar confrontación: Un ejemplo de enmascaramiento de la bondad es cuando una persona acepta la culpa o la responsabilidad por un error en el trabajo o en una situación grupal, aunque no haya sido su culpa, con tal de evitar un conflicto o proteger a otra persona. La persona puede decir cosas como "Lo siento, fue mi error, lo solucionaré" incluso si sabe que no fue responsable de lo ocurrido. Al hacer esto, oculta su verdadero sentimiento de injusticia o incomodidad para proyectar una imagen de amabilidad y evitar que el grupo perciba tensión. Este comportamiento busca protegerse de ser considerado un generador de conflictos o de provocar incomodidad entre sus compañeros, optando por una postura conciliadora, aunque implique un costo personal.
Aprobar decisiones injustas para evitar ser considerado problemático: Un ejemplo claro de enmascaramiento de la bondad es cuando una persona aprueba decisiones que considera injustas o erróneas para evitar la incomodidad o la confrontación. Por ejemplo, en una reunión de equipo, si se propone una solución que perjudica a un compañero o a una parte del grupo, y aunque la persona sienta que debería intervenir, decide asentir y apoyar la decisión, está enmascarando sus sentimientos reales de desacuerdo y malestar. Este comportamiento no es una muestra de su genuina aprobación, sino un intento de proyectar amabilidad y conformidad, evitando ser visto como conflictivo o "el que complica las cosas". Al actuar de esta manera, la persona opta por la complacencia como mecanismo de protección ante la posibilidad de ser juzgado negativamente o generar rechazo dentro del grupo.
Ejemplos de positividad tóxica:
"Todo pasa por algo" en respuestas a una pérdida personal: Cuando alguien comparte que ha sufrido una pérdida significativa, como la muerte de un ser querido, la respuesta "Todo pasa por algo" es un ejemplo de positividad tóxica. Esta frase minimiza el dolor y la tristeza de la persona, sugiriendo que no debería sentirse mal o que hay un propósito detrás del sufrimiento, lo cual impide un duelo genuino y saludable.
"Tienes que ser fuerte" ante la adversidad: Decir "Tienes que ser fuerte" cuando alguien está pasando por una crisis o dificultad emocional refuerza la idea de que las emociones de vulnerabilidad, tristeza o desesperación no son aceptables. Esta frase implica que expresar emociones como el miedo o la angustia es un signo de debilidad, llevando a la persona a ocultar sus emociones reales para cumplir con la expectativa de fortaleza constante.
"Podría ser peor, al menos tienes [algo positivo]": Comparar el sufrimiento de alguien con situaciones hipotéticamente peores, como decir "Podría ser peor, al menos tienes trabajo" a alguien que está pasando por una depresión, desestima su experiencia y su malestar. Este tipo de respuesta desvaloriza los sentimientos de la persona al trivializar su situación y promueve la idea de que siempre hay que enfocarse en lo positivo sin espacio para expresar el dolor.
"Todo estará bien, no pienses en eso" ante una ansiedad genuina: Cuando una persona está atravesando ansiedad intensa y la respuesta que recibe es "No pienses en eso, todo estará bien", esto es positividad tóxica. Esta frase niega la realidad del problema y minimiza el sufrimiento, al tiempo que implica que la persona debería simplemente "cambiar de mentalidad" sin ofrecer una solución concreta o apoyo real.
Frases como "Lo que no te mata, te hace más fuerte": Estas afirmaciones invalidan las experiencias dolorosas, sugiriendo que la única forma válida de enfrentar una dificultad es salir de ella fortalecido. Esto implica que, si alguien no se siente más fuerte después de una experiencia traumática, entonces está fallando de alguna manera, lo que lleva a que muchas personas repriman sus sentimientos reales de vulnerabilidad.
"Mira el lado positivo" cuando se habla de frustraciones laborales: Si alguien comparte sus frustraciones respecto a un trabajo agotador o mal remunerado, la respuesta "Mira el lado positivo, al menos tienes un trabajo" impone una visión de optimismo que desvaloriza la experiencia de la persona. Este tipo de respuesta perpetúa la idea de que expresar descontento o queja es inapropiado, llevando al enmascaramiento del malestar.
"La felicidad es una elección" en contextos de enfermedad crónica: Decir "La felicidad es una elección" a alguien que sufre de una enfermedad crónica no solo es insensible, sino que también niega la realidad del dolor físico y emocional que la persona vive. Esta frase coloca la responsabilidad sobre la persona, sugiriendo que si no es feliz es porque simplemente no está "eligiendo" serlo, lo cual no tiene en cuenta las dificultades reales que enfrenta.
El Enmascaramiento del Bienestar
El enmascaramiento del bienestar es una respuesta adaptativa que, al igual que el enmascaramiento de la bondad, surge de la necesidad de encajar en entornos donde la expresión de vulnerabilidad no es bien recibida o es minimizada. Sin embargo, el enmascaramiento del bienestar está más enfocado en la ocultación de síntomas físicos y dificultades de salud, proyectando una imagen de “salud” o “funcionalidad” que está en discordancia con la realidad interna de la persona.
El enmascaramiento del bienestar implica minimizar o ignorar el dolor, el agotamiento físico o la sobrecarga sensorial para aparentar que se es capaz de funcionar "normalmente". Este tipo de enmascaramiento se ve reforzado tanto por expectativas personales como sociales. En un mundo que valora la productividad, la eficiencia y el “estar bien” como sinónimo de éxito, mostrar signos de malestar o pedir ayuda puede percibirse como un fracaso personal o profesional. Esto lleva a que muchas personas, en particular autistas o con discapacidades crónicas, ocultemos los síntomas para cumplir con las demandas del entorno.
Por ejemplo, alguien con una condición crónica de dolor puede optar por no mencionar sus síntomas a compañeros de trabajo, incluso cuando el dolor afecta seriamente su rendimiento. En las consultas médicas, también es común que se minimice el impacto real de las dificultades diarias, ya que expresar la verdad podría generar actitudes de incredulidad o, peor aún, llevar al etiquetado como exagerado. Así, el enmascaramiento del bienestar se convierte en un mecanismo para evitar el estigma asociado con las dificultades de salud.
El enmascaramiento del bienestar tiene profundas consecuencias en la salud física y emocional. Al minimizar o ignorar los síntomas, se retrasa el acceso a un diagnóstico adecuado y a tratamientos que podrían mejorar la calidad de vida. Además, el esfuerzo constante por aparentar bienestar genera un agotamiento emocional significativo. Vivir bajo la presión de aparentar ser “normal” implica mantener un estado de alerta constante, lo cual contribuye al estrés crónico y al empeoramiento de los síntomas subyacentes.
Este tipo de enmascaramiento no es simplemente el resultado de evitar ser juzgado, sino que también está relacionado con las estructuras sociales que valoran la autonomía y la independencia por encima de la vulnerabilidad y la necesidad de apoyo. En muchos entornos, la solicitud de ayuda se percibe como un signo de debilidad, lo cual disuade a las personas de expresar sus necesidades reales. Al igual que con el enmascaramiento de la bondad, el resultado es un ciclo perpetuo de invisibilidad y desconexión, donde las necesidades y el malestar quedan sin atender.
Aunque el enmascaramiento de la bondad y el del bienestar comparten la raíz de evitar el conflicto, el juicio o el rechazo, se manifiestan de formas distintas. El enmascaramiento de la bondad tiene que ver con proyectar una imagen positiva y complaciente hacia los demás, reprimiendo las emociones que se consideran inadecuadas, mientras que el enmascaramiento del bienestar se centra en ocultar el malestar físico y emocional para cumplir con los estándares de “funcionalidad” y eficiencia.
Ambos pueden estar influenciados por la positividad tóxica, aunque no necesariamente, también son el resultado de estructuras de poder y expectativas mucho más complejas que la actitud de la positividad tóxica. La positividad tóxica puede actuar como un catalizador que refuerza estos enmascaramientos, aunque no es la única fuente de origen. Ya que pueden surgir de contextos meramente negativos en los que la manipulación y la opresión son la vía de control. Ambos fenómenos resultan en una desconexión profunda con las necesidades reales y dificultan el establecimiento de relaciones y entornos donde la autenticidad y la vulnerabilidad sean valoradas.
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