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La construcción de nicho como forma de organización autista

Por Larissa Guerrero Ph. D

 

La construcción de nicho ha sido interpretada erróneamente como un conjunto de mecanismos disfuncionales. Este artículo propone comprenderla como una forma legítima de organización cognitiva, afectiva y sensoriomotriz en el autismo, estructurada desde una normatividad corporal divergente. Frente a entornos que no ofrecen referencias habitables, la construcción de nicho constituye una respuesta enactiva que mantiene la coherencia interna[1] del sistema. A partir de este marco, se analizan sus implicaciones prácticas y se cuestionan las intervenciones que, bajo lógicas adaptativas, interrumpen o deslegitiman este proceso.

 

Nichos ecológicos y normatividad corporal en la organización autista


En su artículo "Ecological-enactive account of autism spectrum disorder", Janko Nešić propone una nueva manera de entender el autismo que se aparta de los modelos médicos tradicionales. En lugar de verlo como una lista de fallas o déficits, lo interpreta como una forma distinta de habitar el mundo, basada en cómo las personas autistas perciben, organizan y responden a su entorno.


Para construir su propuesta, Nešić se apoya en cuatro ideas principales:


  • La teoría de la intencionalidad hábil (Skilled Intentionality Framework, SIF): una manera de entender la cognición como la capacidad del cuerpo para relacionarse activamente con el entorno, respondiendo a lo que el entorno "ofrece" (eso se llama affordance). No se trata de procesar información abstracta, sino de involucrarse corporalmente con lo que se puede hacer en una situación concreta.

  • El procesamiento predictivo (Predictive Processing, PP): un modelo de cómo el cerebro anticipa lo que va a ocurrir. En vez de solo reaccionar, el cerebro genera expectativas y luego ajusta esas predicciones en función de lo que realmente ocurre. En el caso del autismo, Nešić señala que estas personas tienden a dar demasiado peso a lo que ocurre en el presente, y poco a lo aprendido previamente, lo que genera sobrecarga y necesidad de control.

  • El principio de energía libre (Free Energy Principle, FEP): una teoría que explica cómo los organismos se mantienen vivos y organizados minimizando la sorpresa o incertidumbre en su entorno. En términos simples, el cuerpo busca reducir lo inesperado para sentirse en equilibrio. Las personas autistas, según Nešić, necesitan entornos muy predecibles para lograr eso.

  • La normatividad corporal: esta idea, tomada de la filosofía de Georges Canguilhem y del enactivismo, se refiere a la capacidad que tiene un organismo de generar sus propias normas de acción y regulación para interactuar con el entorno. En vez de asumir una normalidad única, la normatividad corporal reconoce que cada cuerpo puede establecer formas propias de sentido, equilibrio y adaptación. La salud, en este enfoque, no es seguir una norma externa, sino tener la capacidad de crear nuevas normas ante lo cambiante.


A partir de estas ideas, el autor afirma que las personas autistas construyen "nichos ecológicos": entornos estructurados, repetitivos y estables que les permiten actuar sin verse desbordadas por lo sensorial o lo social. No es que sean rígidas por defecto, sino que necesitamos condiciones específicas para mantener el equilibrio.


Esta visión lleva a una conclusión clara: las personas autistas no están desorganizadas, sino que organizan su experiencia desde formas diferentes de sentido y de acción. Es decir, no se trata de una falta de orden, sino de una forma distinta de establecerlo, que no coincide con los patrones esperados por la normatividad neurotípica. Sin embargo, justo después de desarrollar esta interpretación no patologizante del autismo, Nešić introduce el término "trastorno de normatividad corporal" para referirse a esta misma forma de organización. Es ahí donde aparece una contradicción evidente: por un lado, reconoce que las personas autistas crean sentido y estabilidad por sí mismas; por otro, las sigue nombrando desde una lógica clínica que las considera desajustadas por no adaptarse a las formas normativas de organización establecidas socialmente.


Nombrar como trastorno lo que el mismo marco teórico describe como una forma válida de autorregulación corporal y construcción de sentido reinstala una jerarquía: la normatividad neurotípica como lo sano, y lo autista como lo patológico. Esta ambigüedad muestra un límite frecuente en las propuestas que intentan ir más allá del modelo médico, pero siguen atrapadas en su lenguaje.


Para que el enfoque ecológico-enactivo sea coherente, necesita no solo cambiar el contenido de lo que se dice, sino también las formas de nombrar, pensar y valorar las diferencias. Llamar "trastorno" a una forma divergente de normatividad corporal no es una opción neutra: es una decisión epistemológica con consecuencias políticas y clínicas.


La contradicción en el planteamiento de Nešić no es un mero desliz lingüístico, sino un problema conceptual de fondo. Llamar "trastorno de normatividad corporal" a lo que se ha descrito como una forma distinta —pero coherente y operativa— de organizar la experiencia implica reinstalar, aunque sea de forma implícita, el marco clínico que se pretendía superar. Es decir, se despatologiza el contenido, pero se preserva la forma patologizante del discurso, lo que reproduce el marco clínico que se pretendía superar.


El uso del término "trastorno" introduce una jerarquía: establece que hay una forma correcta de generar normatividad (la neurotípica) y que toda desviación respecto a ella es una falla. Esto contradice directamente el enfoque ecológico-enactivo, donde se supone que la salud no es ajustarse a una norma externa, sino tener la capacidad de generar normas propias en relación con el entorno. En ese marco, hablar de "trastorno" solo tiene sentido si se acepta una idea única de lo normativo, cosa que el propio texto critica.


Además, el concepto de "trastorno" remite al diagnóstico clínico, que opera desde una perspectiva externa, evaluando comportamientos en función de criterios previamente definidos por estándares sociales, no por las formas internas de organización de la experiencia. Así, el uso del término trastorno desplaza el foco desde el modo en que una persona crea sentido hacia el grado en que se desvía del molde esperado.


Este error reproduce precisamente aquello que el enfoque ecológico-enactivo pretende superar: evaluar la vida de una persona en función de cuánto se ajusta a un patrón de organización neurobiológica y conductual previamente definido como funcional o típico, tanto en términos sociales como en términos de regulación sensoriomotriz, en lugar de atender a la lógica interna y situada de su propio modo de existencia y sentido. Si el autismo es una forma distinta —no inferior— de generar normatividad corporal, regularidad, estabilidad y agencia, entonces nombrarlo como trastorno es no solo inexacto, sino epistemológicamente incoherente.


Para mantener la consistencia con los principios que el propio Nešić propone, es necesario abandonar la categoría de trastorno. En su lugar, debería hablarse de "divergencia normativa corporal" o "estilos divergentes de normatividad corporal", términos que permiten describir la diferencia sin jerarquizarla ni patologizarla. Solo así puede sostenerse una postura realmente coherente con los fundamentos del enactivismo y la ecología del sentido.


De la patología a la diferencia a redefinir la normatividad corporal


Si el autismo no es una disfunción sino una forma divergente de generar estabilidad, entonces es necesario aclarar qué se entiende por estabilidad y por normatividad corporal. En este contexto, la estabilidad no alude a un equilibrio estático, sino a la posibilidad de mantener de forma activa y sostenida una relación coherente y significativa con el entorno sin desorganización interna. Por ejemplo, esto puede implicar que una persona autista mantenga rutinas específicas, utilice objetos reguladores o construya entornos sensoriales estables que le permitan evitar sobrecargas. Por su parte, lo que aquí llamamos normatividad corporal —y que podría definirse más precisamente como "autoorganización corporal situada"— no debe confundirse con un estándar clínico de funcionamiento. Se refiere a la capacidad del organismo para generar sus propias reglas de regulación, acción y sentido en relación con el medio, desde su propia lógica encarnada. No es una forma de conformidad, sino un principio activo, corporeizado y autoorganizado que orienta la forma en que cada sujeto habita y se adapta al mundo desde su propia lógica autopoiética.


Desde esta perspectiva, lo que el discurso clínico tradicional ve como "síntomas" (estereotipias, repetición conductual, necesidad de rutina, inflexibilidad cognitiva, sensibilidad irregular) puede reinterpretarse como expresiones legítimas de un estilo de autoorganización divergente. Las personas autistas desarrollamos formas específicas de interacción con el mundo que no deberían desgastarse en encajar en el molde de lo típico, sino operar desde lo que en biología se denomina construcción de nicho: la capacidad de modificar activamente el entorno para hacerlo compatible con las propias formas de percepción, procesamiento y acción. Esta construcción no es una evasión ni una muestra de rigidez mental, sino una estrategia adaptativa con valor ecológico. Lo que clínicamente se interpreta como inflexibilidad o resistencia al cambio es una forma de evitar desorganización interna y proteger la continuidad del sentido en entornos con alta carga sensorial, social o imprevisible.


Esta necesidad de estabilidad no surge de una aversión abstracta al cambio, sino de una organización neurobiológica particular. En las personas autistas, los mecanismos cerebrales de anticipación —conocidos como sistemas predictivos— tienden a priorizar una lectura detallada e inmediata de los cambios contextuales. Esto significa que respondemos con una sensibilidad aumentada a las variaciones, incluso sutiles, entre lo que se espera y lo que efectivamente ocurre. En lugar de apoyarse en una generalización flexible —es decir, la capacidad de integrar información nueva en esquemas amplios y abstractos típicos del pensamiento global—, el sistema autista opera con una atención que se focaliza en los cambios inmediatos del entorno porque la experiencia misma de lo inmediato se percibe como impredecible. Al no poder anticiparse de forma globalizada que permita anticipar de forma confiable lo que va a ocurrir, la mente se fija en los detalles que cambian, intentando estabilizar el sentido en medio de la incertidumbre. Esta fijación no es voluntaria, ni producto de rigidez mental, ni una forma de manipulación o control, sino una respuesta adaptativa frente a la imposibilidad de organizar lo vivido mediante esquemas amplios o previsibles.


Es decir, una manera activa de modificar el entorno para restaurar la coherencia perceptiva y reducir la carga de incertidumbre que impide la continuidad del sentido. Todo esto constituye lo que se denomina construcción de nicho, el proceso continuo y sistemático mediante el cual como autistas creamos entornos que responden a nuestras necesidades perceptivas, sensoriales y cognitivas. Esta construcción se orienta a preservar la continuidad del sentido, minimizar la sobrecarga y estabilizar la experiencia vivida desde su propia lógica organizativa. No solo es válida, sino necesaria para mantener una vida coherente y habitable dentro de un mundo que no ha sido diseñado para nuestras formas de percepción, entendimiento y relación.


La construcción de nicho implica minimizar la incertidumbre a través de la precisión contextual. Busca estabilizar los desajustes en la integración perceptiva, predictiva y emocional, lo que exige recursos de autorregulación que no siempre están disponibles porque la mente está enfocada en el detalle. No es el cambio per se lo que desregula, sino la imposibilidad de anticiparlo o de plantear escenarios alternativos cuando ocurre, debido a la falta de esquemas generalizados que permitan integrar variaciones dentro de una secuencia significativa. La experiencia inmediata se percibe como impredecible porque no se cuenta con una perspectiva global que facilite la elaboración de expectativas confiables ni la reorganización del sentido. La construcción de nicho tiene como objetivo mantener la estabilidad frente a esa impredecibilidad percibida. No se trata de rechazar el cambio por principio, sino de crear las condiciones para poder atravesarlo sin desorganización, en un entorno que no ofrece referencias claras. Lo que se requiere no es juzgar de inflexibilidad mental o juzgar como difícil a la persona sino de la co-construcción de nicho como forma de apoyo ante la necesidad de estabilidad y autoorganización, ya que permite abrir un campo de posibilidades compartidas, construir predictibilidad, mantener la continuidad del sentido y habilitar alternativas que no podrían formularse de manera aislada.


Esto exige replantear lo que el discurso clínico ha interpretado como un síntoma patológico —por ejemplo, la supuesta rigidez o necesidad de control— como una manifestación coherente de construcción de nicho. Lo que se presenta como disfunción no es más que una forma de respuesta estructurada frente a la impredecibilidad, orientada a restablecer continuidad, sentido y habitabilidad. En lugar de ser un signo de déficit, debe leerse como parte de una estrategia de autoorganización válida, necesaria y situada. Esta práctica no es una estrategia de evitación ni una disfunción, sino una forma de autoorganización que responde a condiciones de impredecibilidad y sobrecarga. Reconocer esto implica desplazar la mirada desde el juicio clínico hacia una comprensión situada, que reconozca en la construcción de nicho un mecanismo válido y necesario de sostenibilidad existencial dentro de entornos no diseñados para estas formas de percepción y procesamiento.


La autoorganización corporal divergente o normatividad corporal autista no es menos válida, sino menos reconocida. Se organiza a partir de otras formas de sincronización, otra temporalidad, otras lógicas de atención y otras formas de seguridad. Esto implica una comprensión de la salud no como "normalidad funcional", sino como la posibilidad de mantener una relación significativa y estable con el entorno desde los propios términos.

Aceptar esta redefinición supone desplazar la pregunta clínica de "¿cómo corregimos esta desviación?" hacia "¿cómo reconocemos y habilitamos esta otra forma de organizar la experiencia?". La diferencia no debe tratarse como déficit, sino como variación legítima dentro de la diversidad de los modos de vida corporales. Este giro implica una responsabilidad no solo teórica, sino ética y política: no basta con tolerar la diferencia, hay que estructurar las condiciones para que pueda sostenerse y desarrollarse desde su propia lógica corporal.


La normatividad corporal, entendida así, se convierte en una herramienta conceptual clave para pensar el autismo más allá del diagnóstico, la adecuación o la cura. Nos obliga a abandonar los criterios de funcionalidad impuesta y a construir, en su lugar, una ecología del reconocimiento que parta de la legitimidad radical de las formas encarnadas de la diferencia.


Implicaciones prácticas de la construcción de nicho desde la normatividad corporal divergente


La construcción de nicho autista, entendida como una forma concreta de autoorganización cognitiva, afectiva y sensoriomotriz, no puede quedar en el plano teórico, sino que tiene implicaciones materiales directas. Su desconocimiento en los marcos clínicos y educativos produce intervenciones que obstaculizan o destruyen su despliegue. La exigencia de flexibilidad en entornos impredecibles, la imposición de cambios sin anticipación, o la supresión de rutinas estabilizadoras no son ajustes menores, son agresiones a una forma de regulación legítima. Lo que para la mirada normativa es disfuncionalidad, para quien lo vive es contención frente al caos. Reconocer la construcción de nicho implica interrumpir los dispositivos que fuerzan la adaptación y sustituirlos por estructuras que garanticen estabilidad, legibilidad y derecho a una forma distinta de habitar el entorno.


La normatividad corporal divergente no necesita ser interpretada ni corregida, y mucho menos tratada como un trastorno. No es una desviación que deba ser neurotipizada, sino una forma legítima de organización que responde a otros principios de estabilidad y coherencia interna, y que debe ser sostenida desde sus propios criterios de organización propia, no corregida desde modelos ajenos a su lógica. Esto implica revisar protocolos clínicos, marcos educativos, dispositivos de acompañamiento y entornos físicos. Un entorno clínico, por ejemplo, no puede intervenir sobre la interacción o la expresión afectiva sin antes comprender cómo esas formas están estructuradas desde la construcción de nicho.


No se trata de generar disponibilidad emocional, sino de respetar los marcos perceptivos que permiten su despliegue sin disociación ni sobrecarga. Una intervención educativa no puede intervenir sobre la participación sin antes identificar cuáles son las condiciones de previsibilidad, ritmo y formato que permiten que la persona autista mantenga su coherencia organizativa. Interrumpir la construcción de nicho implica alterar las condiciones mínimas de coherencia que permiten sostener la experiencia autista. No se trata de responder mal a una exigencia externa, sino de perder el anclaje que organiza la percepción, el sentido y la acción en un entorno que ya es, de por sí, difícil de decodificar. El acompañamiento y la educación, por tanto, deben orientarse a preservar esa construcción, no a forzar su reformulación bajo demandas normativas.


La construcción de nicho autista no es compatible con entornos pensados desde la homogeneidad. Facilitar su continuidad implica diseñar condiciones específicas —accesos sensoriales filtrados, márgenes temporales amplios, espacios no reactivos, validación de formatos expresivos no normativos, supresión explícita de toda exigencia performativa— y asumir que esas condiciones no pueden ser determinadas unilateralmente. La co-construcción de nicho implica que estas condiciones se definan en diálogo con la persona autista, desde su experiencia situada. No se trata de ajustar el entorno de forma técnica, sino de construir colectivamente un campo de habitabilidad. Se trata de condiciones de habitabilidad perceptiva, relacional y temporal que permiten que una forma de organización vital pueda mantenerse sin interrupciones forzadas, sin ser deslegitimada ni reducida a déficit o disfuncionalidad.


Las prácticas clínicas, educativas y de estructuración del entorno no deben orientarse por criterios de rendimiento, adaptación ni eficacia conductual. En su lugar, deben centrarse en garantizar condiciones que permitan preservar la coherencia interna y la habitabilidad de las formas autistas de organización. La construcción de nicho no puede ser leída como dificultad, oposición o disfuncionalidad, sino como una estrategia legítima de continuidad ecológica que debe ser respetada, acompañada y co-construida desde sus propios principios de regulación. Cualquier apoyo que no parta de esta lógica atenta contra la estabilidad del sistema que pretende acompañar.

 

Conclusiones


Reconocer la construcción de nicho como una forma legítima de organización autista exige abandonar los marcos interpretativos que reducen la diferencia a déficit. Este artículo ha planteado que muchas de las expresiones consideradas problemáticas —como la necesidad de rutina, la baja tolerancia al cambio o la preferencia por entornos controlados— no son síntomas, sino operaciones activas de regulación que sostienen la coherencia perceptiva, afectiva y vincular en contextos estructuralmente desajustados.


La noción de autoorganización corporal divergente permite comprender estas formas de organización no como desviaciones a corregir, sino como configuraciones legítimas que responden a lógicas distintas de estabilidad. Cuando estas formas son interpretadas clínicamente como rigidez o evitación, se invisibiliza su función organizadora y se interrumpe su despliegue, generando desregulación secundaria. Nombrar esto como “trastorno” es epistemológicamente insostenible y clínicamente dañino.

Asumir esta perspectiva implica transformar los dispositivos de intervención, acompañamiento y estructuración del entorno. No se trata de adaptar a la persona autista a sistemas hostiles, sino de co-construir condiciones de habitabilidad perceptiva y relacional que respeten su forma de organizar el mundo. Cualquier práctica que no parta de esta lógica perpetúa la exclusión bajo la apariencia de ayuda.


La construcción de nicho no debe ser tolerada ni interpretada, sino posibilitada. Es el derecho a estructurar la experiencia desde una lógica propia, sin ser forzada a traducirse, justificarse o camuflarse para ser aceptada. Interrumpirla es desorganizar; respetarla es sostener la vida en su forma encarnada y no negociable.


[1] Cuando en el texto se hace referencia a la “coherencia interna” como parte de la organización autista, no debe entenderse como una estructura mental universal ni como un ideal normativo interior. El término alude a la compatibilidad dinámica entre percepción, cuerpo y entorno, desde una perspectiva enactivista. Se trata de las condiciones que permiten que la experiencia no se fragmente, y no de una forma de introspección o de regulación psicológica interna. Esta aclaración busca evitar lecturas esencialistas o psicologizantes del concepto.

 
 
 

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