Presencia restitutiva: el derecho a habitar el mundo sin permiso
- Larissa Guerrero
- Apr 27
- 10 min read
Updated: Apr 27
Por Larissa Guerrero Ph.D

A lo largo de la historia clínica, política y social de las personas disca y disidencias en general, los criterios normativos de reconocimiento han estado condicionados por estructuras de poder que definen quién puede estar, cómo debe aparecer y bajo qué condiciones esa existencia es considerada válida. Las nociones de inclusión, visibilidad o participación suelen operar como dispositivos reguladores más que como garantías de acceso equitativo. Ser nombrados, incluidos o escuchados no ha significado necesariamente ser reconocidos en nuestros propios términos ni mucho menos habitar con autonomía los espacios en los que estamos. La violencia estructural se ha perpetuado incluso bajo el lenguaje de los derechos, la representación o la inclusión, cuando estas se diseñan desde lógicas normativas que nos reducen, corrigen o suavizan para volvernos aceptables.
Desde esta constatación nace la necesidad de nombrar algo que existe sin un nombre, o definición, especialmente en el marco de la autodefensa: la manifestación de nuestras formas de vida, fuera de las estructuras normativas y los guiones sociales. Esta forma de manifestarse es un acto de afirmación y no de rogar por tener espacios. Tampoco sigue un lenguaje clínico dominante ni se deja traducir por la gramática de la política institucional o social. Esa forma de presencia que se expresa sin pedir autorización, que rechaza la exclusión sin mediar negociación, que existe sin justificarse, necesita ser pensada y delimitada. A esta forma de estar la he nombrado presencia restitutiva.
Este concepto no surge como metáfora ni como consigna, sino como una categoría crítica para describir lo que ocurre cuando las personas disca (y disidencias) habitamos el mundo sin subordinarnos a las condiciones que históricamente nos han marginado y oprimido. En lugar de continuar siendo interpretadas por los lenguajes del déficit o las lógicas de la adaptación, propongo una presencia como una restitución activa, no como un presencia tolerable, sino como una exigencia de vindicar nuestra dignidad.
¿Qué es la presencia restitutiva?
La presencia restitutiva es un concepto que he creado para nombrar una forma de estar en el mundo desde las corporalidades discas (y disidentes) que no responde a criterios normativos de integración, corrección ni representación social ni institucional. No se trata de visibilización, participación ni reconocimiento en los términos habituales. Se trata de una manifestación encarnada que afirma el derecho a cohabitar sin condiciones, sin permiso y sin reducción. Esta forma de presencia no se explica ni se justifica: ocurre. Ocurre cuando existimos sin adaptarnos a lo que se espera de nosotros, cuando nuestra manera de estar no se acomoda al orden clínico, escolar, laboral, social o político, y sin embargo persiste.
La presencia restitutiva no se define por lo que exige únicamente, sino por lo que expresa. Sostiene la legitimidad de habitar desde formas no previstas por la norma, sin ocultar, sin intervención, sin someterse a reglas de inteligibilidad funcional o moral. Lo que restituye no es un lugar, sino la posibilidad misma de estar sin haber sido autorizado por terceros. No repara una exclusión: la enfrenta. No responde a un vacío: lo desafía y lo habita. Es una forma ontológica, epistemológica, psicológica, ética, política, corporeizada y situada de declarar que la existencia disca no necesita ser explicada para actuar.
Este concepto se fundamenta en tres principios centrales que fundamentan una comprensión encarnada (embodiment) del habitar mismo: la autopoiesis, el enactivismo y la co-emergencia. Desde la autopoiesis, la presencia restitutiva se comprende como expresión de una vida que se organiza por sí misma, sin depender de instrucciones externas ni traducciones de productividad o eficiencia. Desde la enacción, esta presencia no es una propiedad interna del individuo, sino una manifestación activa del vínculo entre cuerpo/mente y entorno, donde lo vivido no puede separarse de las condiciones en las que se vive. Y desde la co-emergencia, se afirma que la presencia no preexiste a esa relación: se constituye con el entorno, al mismo tiempo que lo modifica. La restitución, por tanto, no añade nada nuevo: deja manifestarse activamente una presencia que ya existía, pero que fue sistemáticamente bloqueada, excluida.
La presencia restitutiva afirma el derecho a cohabitar el mundo desde corporalidades discas que han sido sistemáticamente expulsadas de los criterios normativos de legitimidad. A diferencia de la inclusión, que opera bajo lógicas de asimilación, la presencia restitutiva no se acopla a lo disponible. No busca ocupar un espacio previamente diseñado, sino rechaza las condiciones que lo hacen habitable únicamente para quienes cumplen con ciertos criterios de comunicación, conducta, expresión, competencia o productividad. Mientras la asimilación exige que nos adaptemos para ser tolerables y causar el mínimo problema, la restitución afirma que nunca dejamos de estar, que estamos presentes y, que seguiremos aquí, incluso cuando se nos intentó borrar.
Es importante entender que la asimilación/inclusión funciona como forma de violencia epistémica: inscribe la diferencia y la transforma en algo tolerable dentro del orden existente, es decir, exige que adoptemos las características culturales y sociales integrándonos de la mejor forma posible bajo es engaño de darme un mínimo espacio, mínimo tiempo y mínimas consideraciones. Por su parte, la presencia restitutiva rechaza esta lógica al afirmarse desde sus propios modos de habitar, sin ajustarse ni permitir ser redefinidos por los criterios normativos rechazando adoptar comportamientos que supuestamente son el estándar, y por supuesto, rechazando limosnas . Esta forma de presencia, no se deja nombrar desde afuera ni requiere ser comprendida para desplegarnos como naturaleza. No deriva de una invitación institucional ni de una sensibilidad progresista: emerge desde el cuerpo que existe y que persiste en medio de la señalización y segregación. Habitar desde lo disca no es una excepción que deba explicarse ni una anomalía que deba corregirse. Es una forma legítima de vida que ha sido bloqueada por estructuras que definen lo visible, lo inteligible y lo aceptable. La restitución no instala una nueva identidad, como diciendo: “te doy oportunidad de estar aquí como persona especial”, ¡No!: desautoriza el régimen que decide qué y quién puede existir y qué y quién debe desaparecer.
La lógica de restitución no se inscribe en el marco de los derechos a ser incluidos, sino en el derecho a existir en términos propios, sin que ese existir dependa de criterios definidos desde fuera a partir del entendimiento del hombre promedio y competente. Esto es porque la inclusión opera dentro de estructuras que se mantienen intactas, que no ceden, que si nos va bien conceden acceso, desde esta lógica la accesibilidad es sinónimo de: “les voy a dar permiso”. La restitución desactiva la legitimidad de esos parámetros. No busca ser incorporada, sino exponer que el esquema que organiza el acceso está fundado en la exclusión y opresión activa de nuestras formas de vida.
Restituir presencia no equivale a obtener lugar dentro del diseño normativo de los espacios sociales, clínicos, educativos o laborales. Es afirmar que esos espacios se construyeron sobre la expulsión deliberada de ciertas corporalidades, y que esa violencia no se revierte con ajustes, protocolos o aperturas graduales. El problema no es el grado de acceso, sino la arquitectura del acceso. La restitución no demanda adaptaciones: señala que no hay neutralidad en el marco que distribuye la posibilidad de estar. Frente a esa arquitectura, la presencia restitutiva no se acomoda. La ocupa, la desafía y la redefine al habitarla desde una legitimidad que no fue concedida porque ya estaba. La presencia restitutiva no es una categoría discursiva ni una representación identitaria. Es un acontecimiento que se produce en el cuerpo. No se enuncia: se encarna. Su manifestación no requiere ser tematizada, explicada ni decodificada. Se manifiesta cuando la persona disca habita el espacio sin ajustarse al lenguaje, los ritmos, las formas de relación o los modos de interacción esperados. La presencia se vuelve restitutiva no porque se diga algo nuevo sobre ella, sino porque ocurre sin permiso, sin ser tolerada, sin intervención, sin traducirse al orden que intentó suprimirla.
La presencia restitutiva no responde a las condiciones de reconocimiento establecidas por la norma; las pone en crisis. Aparece sin corresponderse con los criterios que determinan qué cuerpos son legibles, qué conductas son interpretables, qué formas de relación son comprensibles. No necesita adecuarse al sistema de señales que garantiza la validación social. Al manifestarse fuera de esos códigos, revela que los criterios de reconocimiento no son neutros, sino construcciones históricas que operan como filtros de exclusión. Los criterios normativos que organizan lo que puede ser visto, escuchado o comprendido se sostienen en la idea de que toda presencia legítima debe ser coherente, funcional y predecible. La restitución desestabiliza esta lógica al mostrarse en términos que no se reducen a esas expectativas. Cuando el entorno no puede nombrar, categorizar o explicar una presencia, lo que se vuelve visible no es el cuerpo en sí, sino el límite del sistema que intenta clasificarlo. La crisis y el déficit no está en quien aparece, sino en el marco que no puede sostener su exclusión sin quedar expuesto.
La desestabilización no es un efecto secundario: es constitutiva del acto de aparecer sin ajustarse. No es una ruptura voluntaria ni una provocación simbólica. Es la consecuencia directa de existir sin intervención. La restitución no solicita reconocimiento; lo vuelve insuficiente. En lugar de responder a los criterios vigentes, los evidencia como mecanismos de control. La presencia que no encaja no desordena: revela que el orden nunca fue justo. La corporalidad disca ha sido leída como signo de anomalía, como déficit observable, como cuerpo que “dice algo” sobre lo que no funciona. La presencia restitutiva revierte esa operación. La corporalidad no representa otra cosa: es en sí misma una forma de organización vital con autonomía biológica que no debe ser interpretada sin comprenderla. No es una metáfora de resistencia ni una imagen de diversidad. La presencia restitutiva es un cuerpo viviente que aparece tal como es, con su propia forma singular de sustentar su existencia. Ese cuerpo no necesita ser descifrado ni autorizado. Su sola manifestación le da visibilidad con legibilidad. Desde este marco, la encarnación no es un soporte ni un vehículo. Es el lugar mismo donde se habita la restitución. La presencia no se proyecta desde una interioridad: emerge en la forma de cohabitar el entorno. La Tal manifestación no es una excepción ni una estrategia ni una escena simbólica. Es una existencia que se afirma materialmente, sin interrupción ni delegación.
La restitución de presencia implica también la restitución de agencia, no como adquisición progresiva de autonomía, sino como cese de la intervención que suprime nuestra capacidad de decidir, actuar en nuestros propios términos. La agencia disca ha sido históricamente negada por estructuras clínicas, familiares, educativas, sociales y laborales que se roban el derecho de interpretar, traducir o reemplazar nuestras decisiones. Restituir esa agencia no es facilitarnos la participación en criterios normativos ya establecidos ni darnos concesiones a modo de favor, sino retirar las condiciones que nos obligan a justificarnos constantemente para actuar.
Las formas de control sobre nuestra agencia no siempre son explícitas. Muchas veces operan como ayudas, apoyos o acompañamientos “bienintencionados” que en realidad imponen objetivos, ritmos o modos de conducta ajenos. La restitución exige identificar estas formas de sustitución encubierta y rechazar su legitimidad. El problema no está en si somos capaces de hacer algo de determinada manera, sino en que esa manera haya sido definida sin nosotros. Restituir agencia es dejar de ocupar nuestro lugar, dejar de hablar en nuestro nombre, dejar de planear nuestras vidas desde criterios externos. La agencia no se construye desde afuera ni se activa con entrenamiento. Se expresa cuando dejamos de ser condicionados por el control que otros ejercen sobre nuestras decisiones. La presencia restitutiva restablece esa posibilidad al situarnos como sujetos de acción, no como objetos de intervención. No hay restitución posible sin devolver la capacidad de establecer qué queremos hacer, cómo, cuándo y con quién. Sin esa base, todo lo demás es gestión de obediencia ciega.
Invisibilizar no es simplemente no mirar. Es hablar por otros, silenciar experiencias, reducir existencias a categorías diagnósticas, presentar nuestra presencia como transitoria, incompleta o dependiente de validación. Rechazar esa lógica implica dejar de ocupar el lugar que otros definieron como “adecuado” para nosotros. Implica dejar de ser objeto de representación y reaparecer sin reducción. La visibilidad restitutiva no responde a demandas externas ni a formatos institucionales, se produce cuando la encarnación disca se hace presente sin explicar su manifestación.
El rechazo de la invisibilización no es negociación ni reparación simbólica. Nombra el daño, lo sitúa como estructural y declara que no puede ser corregido desde dentro del sistema que lo produjo. La restitución no enmienda una ausencia, denuncia una expulsión deliberada. Frente a esa exclusión, la presencia restitutiva no se adapta. Se afirma como forma legítima de existencia, desestabiliza los criterios normativos que la niegan.
La presencia restitutiva no solicita acceso a espacios previamente definidos, afirma que el espacio ya nos pertenece. No por concesión normativa, sino porque lo habitamos a pesar de quienes intentaron excluirnos. Esta afirmación no es simbólica ni aspiracional. Es una condición material que desactiva la autoridad que regula quién puede estar, cómo debe comportarse y bajo qué formas de interacción se le permite permanecer. La restitución señala que esos espacios fueron diseñados sin contar con nosotros. La legitimación del espacio no depende de nuestra productividad, inteligibilidad o adecuación conductual.
Nuestra presencia no requiere permiso, validación ni adaptación. El espacio es legítimo para nosotros cuando puede ser habitado sin tener que justificarnos. Restituir presencia es también declarar inhabitable todo lugar que exija que lo ocupemos en términos ajenos. No venimos a encajar, sino a reaparecer con nuestras condiciones de existencia intactas.
Cuando una corporalidad disca se afirma sin pedir permiso, lo que se modifica no es sólo su relación con el entorno, sino la estructura misma del entorno. El espacio deja de ser un fondo neutro para volverse una materialidad política que ha regulado históricamente qué cuerpos son posibles y cuáles deben ser corregidos o eliminados. La restitución no se acomoda a esa estructura, la desplaza al reapropiarse de ella.
La presencia restitutiva implica un posicionamiento explícito frente a los sistemas clínicos, educativos, sociales y laborales que han ejercido violencia estructural sobre nuestras vidas. No se trata de exigir reformas ni espacios de participación dentro de esas instituciones, sino de nombrar los daños concretos, la medicalización forzada, la negación de autonomía, la infantilización, la intervención sin consentimiento, la expulsión de procesos de decisión, y la supuesta inclusión laboral bajo condiciones de precarización, control o simulacro de integración. Posicionarse no es adaptarse a esos criterios normativos, es rechazar su legitimidad y señalar su complicidad histórica.
Este posicionamiento no es técnico ni institucional. Es ético y material. Nace desde la experiencia concreta de haber sido tratados como cuerpos a corregir, como existencias a interpretar, como sujetos sin voz propia. La restitución no se construye con mejoras progresivas ni con discursos performativos. Se construye cuando se detiene la maquinaria que sigue operando como si nuestras vidas fueran un problema clínico, desviación normativa o recurso inspiracional.
Nombrar la violencia no es una fase superada, es una condición para que la restitución tenga sentido. Posicionarse es rechazar las alianzas con quienes sostienen esas violencias, aunque las disfracen de ayuda. También es afirmar que ya no aceptamos ser intervenidos sin haber sido escuchados. Lo clínico sólo tiene sentido si se repliega como herramienta de control y se transforma en acompañamiento sin ocupación. Lo político sólo tiene sentido si deja de administrar nuestras voces y comienza a retirarse de los lugares que ha usurpado.
La presencia restitutiva no entra en diálogo con los criterios normativos. No busca comprensión, simpatía ni espacios compartidos bajo condiciones impuestas. No admite reconciliación con instituciones, discursos o prácticas que han producido nuestra marginalidad como estructura, no como error. La restitución no se formula como propuesta, se ejerce como realidad existente. Nuestra presencia no es una demanda. Es una certeza que no requiere ser aceptada.
Habitar en términos propios no es una aspiración futura ni una posibilidad abierta al debate. Es una forma de estar que ya ocurre, aunque se intente negarla. La restitución no pide validación de dientes para afuera, marca el límite de lo que ya no estamos dispuestes a soportar. Ninguna política de reconocimiento tiene el poder de decidir si podemos o no existir. Nadie tiene autoridad para definir cómo, si, o bajo qué condiciones podemos habitar el mundo.
Comments