La falacia de la normalización y la paradoja que enfrentamos
- Larissa Guerrero

- Jun 26, 2024
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Updated: Jun 27, 2024
Por Larissa Guerrero Ph.D

La normalización se define como el proceso de intentar traer o devolver algo a una condición o estadística considerada normal, asumiendo que lo que es anormal o atípico está inherentemente mal, dañado o deficiente. Este enfoque implica la creencia de que cualquier desviación de lo que se percibe como normal debe ser corregida o ajustada, incluso si estas intervenciones no son deseadas por la persona afectada o chocan con la mejora de funciones objetivas o la reducción de daños de acuerdo al Dr. Nicholas Chown et al.[1].
En el contexto del autismo, existe una confusión común entre "normalidad" y "normalización". El término "comportamiento normal" tiende a referirse a comportamientos neurotípicos que son más comunes en la población general, pero que son ajenos o inapropiados para las personas autistas[2]. Esto crea un dilema donde las normas sociales predominantes y las expectativas culturales no coinciden con las necesidades y características naturales de quienes estamos fuera de la neuronormatividad.
Las normas sociales y los estándares son convenciones y expectativas compartidas dentro de una sociedad que guían el comportamiento y las interacciones entre las personas. Surgen de procesos históricos, culturales y sociales que moldean las estructuras colectivas de pensamiento y conducta. Estas normas son establecidas y mantenidas por grupos dominantes y son internalizadas por los individuos a través de la socialización y la educación. En gran medida se establecen conforme a lo que se considera típico o "normal" en una sociedad, es decir, por el comportamiento y las capacidades de quienes son neurotípicos, es decir, aquellos cuyo desarrollo neurológico y conductas se ajustan a la media estadística en términos de habilidades cognitivas y sociales.
Ser neurotípico implica alinearse con las expectativas predominantes en cuanto a habilidades como la comunicación, la interacción social y el procesamiento de la información.
Estas expectativas se convierten en las bases sobre las cuales se construyen las normas sociales y los estándares de comportamiento aceptados en una comunidad. Por lo tanto, las normas sociales reflejan y arraigan las características y capacidades que se consideran comunes y deseables dentro de un contexto cultural específico, que están moldeados por la experiencia de quienes son neurotípicos. La "media" se refiere precisamente al promedio de habilidades y características neurocognitivas que se observan en la mayoría de las personas dentro de una sociedad. Esta media sirve como punto de referencia para establecer lo que se considera normal o típico en términos de funcionamiento cerebral y comportamiento social. Las normas sociales, entonces, se elaboran conforme a esta media percibida como normalidad, perpetuando así las expectativas y patrones de conducta que reflejan las habilidades y comportamientos de quienes se ajustan a este perfil neurotípico predominante.
Desde el enfoque de la neuronormatividad, las diferencias neurocognitivas que se apartan de lo considerado neurotípico tienden a ser marginalizadas, segregadas y vistas como déficits. Esto se debe principalmente a la manera en que las sociedades valoran y estructuran las habilidades y comportamientos basados en un modelo dominante de funcionamiento cerebral que han etiquetado de “lo correcto”.

La neuronormatividad establece un estándar implícito de funcionamiento cerebral y conducta que se percibe como ideal y deseable. Quienes no cumplimos con este estándar somos frecuentemente etiquetados como "anormales", “atípicos” o "fuera de la norma", lo cual lleva a nuestra marginalización social. Esta marginalización se refuerza por la falta de reconocimiento y valoración de las habilidades diferentes que muchas personas neurodivergentes poseemos, así como por la tendencia a definir el valor y la capacidad humanos en términos de conformidad con la norma dominante. Además, la sociedad contemporánea a menudo privilegia las habilidades cognitivas y sociales asociadas con el neurotípico, como la comunicación verbal fluida y la capacidad de adaptación rápida a los entornos sociales y en especial seguir con la etiqueta social asumida como lo normal y correcto. Quienes no nos ajustamos a estas expectativas somos percibidos como menos capaces o deficitarios, lo que refuerza estigmas y obstáculos para nuestra plena participación en diversos aspectos de la vida social, educativa y laboral.
Esta visión deficitaria se fundamenta en una perspectiva limitada que no reconoce las múltiples formas legítimas de ser, de aprender y de conducta. La falta de aceptación y apoyo a la diversidad neurocognitiva también lleva a la exclusión y a la negación de oportunidades por no cumplir con el modelo predominante.
La falacia de la normalización radica en la creencia errónea de que conformarse a un estándar único de comportamiento y habilidades, esencialmente define el valor y la identidad de una persona. Esta expectativa, fundamentada en la neuronormatividad, sugiere que la aceptación y el éxito social dependen de adaptarse a ciertos patrones de conducta considerados normales dentro de una sociedad. La presión por conformarnos a la normalización tiene efectos perjudiciales en la autoestima y en el bienestar emocional de quienes no cumplimos con estos estándares.
Es importante cuestionar esta narrativa porque implica una limitación injusta de la diversidad humana y de las formas legítimas de ser. La diversidad neurobiológica enriquece la sociedad al aportar precisamente la diferencia, como habilidades especializadas y enfoques innovadores por nuestra forma de percibir e interactuar con el mundo. La insistencia en la normalización como criterio de valor ignora estas contribuciones potenciales y participan en la exclusión injusta de quienes que no encajamos en el molde neurotípico. La búsqueda desmedida de normalización impide el desarrollo pleno de la identidad personal, limitando la capacidad de explorar y desarrollar talentos individuales auténticos. La verdadera realización personal no debería estar ligada a la conformidad con expectativas arbitrarias, sino a la expresión libre y genuina de las competencias de cada persona independientemente de su neurotipo.
La presión por la normalización frecuentemente surge de los intereses egoístas de padres y madres que anhelan tener hijos e hijas que se ajusten a lo que se considera "normal". Este deseo está arraigado en la trampa de la neuronormatividad, que internaliza la idea de que sólo cumpliendo con ciertos estándares de comportamiento y habilidades se puede alcanzar una vida plena y aceptación. Esta perspectiva limitada no permite pensar más allá de la caja y dificulta la exploración de vías alternativas, como el paradigma de la neurodiversidad. El temor a que las diferencias neurocognitivas afecten la productividad, autonomía y realización personal conduce a la búsqueda desesperada por normalizar a toda costa. En lugar de presumir competencia, se prioriza la adaptación a un molde predefinido, aunque esto pueda causar daños irreparables físicos, emocionales y sociales.
No obstante, muchos autistas, influenciados por el capacitismo internalizado, pueden verse presionados a buscar la normalización para acceder a los beneficios que la sociedad neuronormativa ofrece, como la participación social, el empleo y la remuneración. Esta presión surge del temor a ser excluidos o marginados si no se ajustan a los estándares establecidos, que privilegian ciertas formas de pensamiento y comportamiento sobre otras. Sin embargo, este enfoque arraiga las concepciones restrictivas de la neuronormatividad que limitan la autonomía y la autenticidad personal, en lugar de promover la lucha por los derechos y la inclusión genuina de todas las formas de neurodiversidad en todos los aspectos de la vida social y laboral.
La paradoja a la que nos enfrentamos como personas neurodivergentes es compleja y conlleva decisiones fundamentales sobre nuestro camino hacia la inclusión y la realización personal. Por un lado, la búsqueda de la normalización puede parecer una estrategia pragmática para asegurar la participación en la sociedad y garantizar beneficios básicos como empleo y reconocimiento. Sin embargo, este enfoque subordina nuestra identidad y autonomía a las expectativas neuronormativas, reafirmando así un ciclo de invisibilización y marginalización de nuestras capacidades únicas.
Por otro lado, cambiar radicalmente hacia el paradigma de la neurodiversidad implica un compromiso con la autodefensa de nuestros derechos humanos fundamentales, la promoción de la accesibilidad y la aceptación de la diversidad como un valor enriquecedor para la sociedad. Este camino no promete resultados inmediatos y puede implicar enfrentar resistencias institucionales y sociales arraigadas en la cultura dominante. Sin embargo, abrazar la neurodiversidad como un principio rector nos posiciona en la vanguardia de un movimiento hacia una sociedad más inclusiva y justa, donde cada persona pueda contribuir plenamente con sus características sin temor a la discriminación o capacitismo.
La elección entre buscar la normalización o abrazar la neurodiversidad no es simplemente una cuestión personal, sino un llamado a transformar las estructuras y percepciones sociales para que reflejen verdaderamente la diversidad humana en toda su complejidad. Este camino requiere valentía, persistencia y solidaridad colectiva para superar barreras y construir un futuro donde todos los individuos, independientemente de su neurotipo, podamos florecer y contribuir plenamente a una sociedad inclusiva y equitativa.
[1] Chown, N., Murphy, S. y Suckle, E., The autism worldview dilemma: to normalise or not to normalise, that is the question, Universidad de Oregon S/F
[2] Ibid



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